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Odio a la Iglesia católica

29 de Junio del 2016 - Julio García García (Oviedo)

La izquierda española siempre se ha caracterizado por su odio a la Iglesia católica.

Así lo atestigua mi experiencia personal. Desde que tengo uso de razón observé que todas las fuerzas de la izquierda (socialistas, comunistas, anarquistas, sindicatos obreros) manifiestan el odio a la Iglesia y a los católicos y pretenden su destrucción.

Desde un lugar como Sama de Langreo, de pleno dominio marxista, escuchaba en mítines, manifestaciones, hojas de propaganda que se decían cosas contra la Iglesia que yo, como católico, las encontraba absolutamente falsas.

Se la acusaba de estar al servicio del injusto y explotador sistema liberal capitalista; se decía de los sacerdotes que eran unos hipócritas, que predicaban una religión y un Dios que no existía, que engañaban a la gente hablándoles de un paraíso después de la muerte y que tuvieran sumisión y paciencia ante las injusticias; etcétera.

Yo, que frecuentaba la iglesia y que escuchaba predicaciones, catequesis, etcétera, pues era monaguillo, veía que todos los ataques a la Iglesia eran absolutamente falsos. En la iglesia se predicaba el amor al prójimo, se condenaba la injusticia, el trato inhumano al trabajador, la injusticia social, se decía que la riqueza debe estar al servicio del bien común y que toda persona tiene una dignidad que debe ser respetada, etcétera.

Pero según fui enterándome del fundamento de aquél odio tan injusto, me di cuenta de que se trataba de un odio de carácter ideológico. Las masas obreras, que vivían en una situación de injusticia, con salarios insuficientes, carentes de protección contra el paro, contra la enfermedad, sin pensiones en la vejez, en la viudedad, en la orfandad, etcétera, fueron seducidas por las doctrinas marxistas y anarquistas, que les prometían exterminar el sistema liberal capitalista que les explotaba y era el culpable de la injusta e inhumana situación en que vivían. Y también había que exterminar las instituciones que contribuían a la continuidad del sistema liberal capitalista, como eran la Iglesia, el Ejército, el Estado y las instituciones judiciales. Para ello era necesario acudir a la revolución, a la violencia, para conquistar el Estado y establecer la dictadura del proletariado, dirigida por el partido del proletariado, que sustituiría al Estado capitalista; se sustituiría la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad estatal y, después de esta etapa de dictadura, en la que se educaría a las masas en las ideas marxistas, vendría la etapa final, que sería la sociedad socialista o comunista en la que se viviría en paz, en bienestar, en libertad y se alcanzaría el paraíso terrenal.

Las ideas del marxismo se basaban en una serie de fundamentos, el principal de ellos era el denominado "materialismo dialéctico", según el cual no existía más realidad que la material, la materia era eterna y estaba en continua evolución, tanto en las cosas como en lo económico y social. Y esa evolución llevaría necesariamente a la sociedad socialista, en la que finalizaría la evolución por haber llegado a la plenitud.

Es decir, que la sociedad perfecta llegaría de un modo determinista. Entonces, ¿para que la revolución? La revolución estaba justificada porque la evolución era lenta y había que precipitarla para evitar muchos sufrimientos, muchas injusticias y miserias.

En el orden religioso, que es al que nos referimos, pronto se puso de manifiesto de modo violento el odio a la Iglesia.

Así, en octubre de 1934, que fue el primer intento de destruir por la violencia el sistema liberal capitalista, en Asturias, que fue la única región donde la revolución tuvo éxito, las cuencas mineras y gran parte de la provincia fueron dominadas por los revolucionarios, con la excepción de la capital, Oviedo, que estuvo a punto de ser conquistada. Sólo en 15 días que duró el movimiento revolucionario fueron asesinados 34 religiosos, entre sacerdotes, seminaristas y hermanos de la doctrina cristiana. Y poco tiempo después, en 1936, después de la llegada al poder del Frente Popular (19 de febrero), empezó la destrucción de templos y agresiones al clero.

El 18 de julio se produjo el alzamiento nacional; España quedó dividida en dos zonas: la zona roja, dominada por el Frente Popular, y la zona nacional, dominada por las fuerzas nacionales.

Pues bien, en la zona roja se puso nuevamente de manifiesto el odio a la Iglesia, que fue exterminada, siendo asesinados unos 7.000 sacerdotes y religiosos, destruyendo o destinando a otros usos (cárceles, almacenes, etcétera) todos los templos. Sólo se salvaron el clero y los religiosos que se escondieron o cayeron en la zona nacional.

Y ¿qué ocurre actualmente? Desde que llegaron al poder las izquierdas, el rechazo de la Iglesia tiene otras manifestaciones: ya no se persigue a la Iglesia violentamente, la Iglesia tiene libertad para el culto, puede fundar centros de enseñanza, incluso universidades, y dispone de emisoras de radio y cadenas de televisión, etcétera.

Esto es positivo y prueba que las ideas marxistas y la dictadura del proletariado ya no figuran en los programas de la izquierda.

Pero el establecimiento de una democracia relativista, subjetivista y laicizante, así como la asunción del ideario del feminismo radical, en el que figuran el aborto, la exaltación de la homosexualidad, el matrimonio homosexual, la libertad sexual, etcétera, están produciendo unos efectos radicales contra la moral y los principios de la Iglesia. Y también la pretensión de eliminarla de la enseñanza pública y reducir la Iglesia a los templos.

Por ello, el problema y su solución se encuentran donde nadie lo está buscando, en una educación de la juventud en los principios religiosos y morales de la Iglesia católica. Cuando Dios y las ideas de la verdad y el bien desaparecen de la sociedad como valores permanentes, ya no hay freno en el camino que lleva hacia la destrucción de la persona y de la sociedad, como se está realizando.

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