El drama de los migrantes
En el mundo hay ya 65 millones de desplazados y la presión sobre Europa continúa creciendo. Según Acnur, cada minuto del pasado año 2015, 24 personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Tras el cierre de la ruta de los Balcanes, se ha disparado el número de los que tratan de llegar a Italia desde las costas de Libia. Y, como no podía ser de otra manera, también el número de muertos: más de 2.400 en lo que llevamos de año.
Ante la inmensa demanda, la oferta de acogida se queda patéticamente corta. Canadá dio ejemplo, recibiendo a 25.000 refugiados en apenas tres meses. En Europa, países como Alemania, Inglaterra, Suecia o Noriega, han abierto sus puertas a contingentes de entre dos mil y cinco mil personas. Por nuestra parte, España, se queda aun muy lejos de esas cifras y anuncia que llegará al final del verano con un millar de acogidos.
El Día Mundial de los Refugiados, que se celebró el pasado lunes 13, sirvió para poco más que para recordar unas dramáticas cifras y para que los líderes políticos en campaña electoral difundiesen unas breves frases de compromiso a través de las redes sociales. O se mostrasen orgullosos, como Mariano Rajoy, que no dudó en afirmar en su cuenta de twitter que "España, solidaria y responsable, cumple los plazos establecidos".
Pero mientras llega el momento de cumplir esos esperados plazos, el drama de los asilados sigue aumentando, ya que miles de personas siguen poniéndose en manos de las mafias para iniciar viajes desesperados; miles de familias sirias con niños se agolpan en campos infradotados, presentando desórdenes postraumáticos, estrés, depresión y hasta intentos de suicidio.
Porque, lógicamente, ¿ qué clase de sentimientos pueden gestarse entre quienes huyen de la muerte, buscando un mínimo de solidaridad y comprensión y, desgraciadamente, solo encuentran dificultades y puertas cerradas?
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