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Fútbol y violencia, mala combinación

27 de Junio del 2016 - José Antonio GUTIÉRREZ GLEZ. (Piedras Blancas)

El problema de la violencia en el fútbol no es nada nuevo. Desde la tragedia del estadio de Heysel en 1985, en la que murieron 39 personas y resultaron heridas más de 600, se ha avanzado mucho en la legislación y las instalaciones deportivas para evitar la violencia y sus consecuencias. Sin embargo, a la vista está que todavía queda mucho camino por recorrer.

Además de por la escasez de goles, la Eurocopa que se celebra estos días en Francia se está destacando por el elevado número de incidentes violentos provocados por las hinchadas más radicales. Cuando apenas llevamos dos semanas de competición, la UEFA ya ha abierto once expedientes para investigar, y sancionar si es preciso, diferentes invasiones de campo, disturbios y comportamientos racistas. Precisamente el lunes de la semana pasada, el Comité de Control y Disciplina del máximo organismo del fútbol europeo, que se reunió en París, decidió sancionar con 100.000 euros a Croacia por los sonrojantes incidentes protagonizados en Saint-Étienne.

Cualquier televidente, sea aficionado al fútbol o no, tiene muy recientes las imágenes difundidas en los telediarios en las que los ultras de diferentes países libran auténticas batallas campales ante una ciudadanía horrorizada e impotente por una violencia injustificada y ciega.

Igualmente los choques violentos entre aficionados ultras ocurridos en Marsella, Lille, Lens y en otras sedes francesas del evento futbolístico, son realmente salvajismo puro. Las más sonadas son las peleas entre rusos e ingleses y entre alemanes y ucranianos que, atiborrados de alcohol, libraron batallas crueles con secuelas de muchas destrucción y decenas de heridos. Pero especialmente indignante ha sido la humillación que unos hinchas británicos infringieron a cuatro niños gitanos en Lille tirándoles monedas al suelo para que las recogieran y, asimismo, la brutal agresión de cinco ultras rusos a dos turistas españoles en la ciudad alemana de Colonia.

La conducta de estos energúmenos contrasta con el comportamiento modélico de los aficionados españoles en Francia que, con la excepción de once cafres detenidos en Niza, no protagonizaron incidente alguno, ni en las gradas de los estadios ni fuera de los recintos deportivos. Chapeau, compatriotas.

Por eso, es muy gratificante traer a colación el contraste entre la violencia de los radicales ingleses, alemanes, ucranianos y rusos y los pacíficos hinchas españoles que ganan por goleada en comportamiento cívico, gane o pierda su equipo nacional. Gratifica especialmente en este momento cuando un ventarrón de pesimismo recorre nuestro país porque la gente lleva meses escuchando mensajes negativos --sobre todo de los políticos--, que pintan una España en blanco y negro, decadente y cutre, que no se corresponde exactamente con la realidad.

Ciertamente, España y los españoles tenemos puntos flacos pero en muchos aspectos, entre ellos el comportamiento de la gente en el exterior, superamos a los países de nuestro entorno y somos mejores que la mayoría de las naciones del resto de Europa.

Una Eurocopa debe ser siempre una fiesta, un lugar para la sana rivalidad deportiva entre los europeos. España lo está demostrando una vez más.

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