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Por lo público sin decepción

10 de Julio del 2016 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Ayudar al otro no es conmiseración, es mandato. Es el derecho a la vida, la libertad y la felicidad de todos. Es el pacto colectivo de constitución de un Estado para la búsqueda del bienestar de todos. Es el compromiso de unidad para enfrentarse a la anarquía del individualismo que no contempla la vida, la libertad y la felicidad de los otros. Es, en suma, un pacto de supervivencia.

En el pacto de los peregrinos del "Myflower" no había conmiseración, pues en su lamentable estado todos eran dignos e iguales en conmiseración. El negocio colectivo de empresas de seguros está bien para quien quiera mejorar su seguridad, pero debe ser el Estado quien garantice la vida, la libertad y el bienestar de todos en lo esencial e inteligente. Cuando en la declaración de independencia de los EE UU se promovía el derecho a la vida, la libertad y la felicidad, no se establecía como una póliza de seguros para unos pocos, sino que en ella los privilegiados se comprometían a empeñar su vida, sus fortunas y su sagrado honor en conseguir ese derecho para todos. Cuanto más fuerte sea un sector público que promueva la vida y la libertad, más feliz será la nación.

¿Cómo promover la vida de todos, si no es con una sanidad pública pionera y eficaz? Una sanidad donde el mérito para ser atendido no estaría en el poder adquisitivo del paciente, sino en la necesidad de su salud y en la dignidad de su persona. No debemos escatimar medios a la sanidad pública, pues debe tener los mejores. Posiblemente sus empleados no ganarían tanto como en el sector privado, pero tendrían los mejores medios para investigar y tratar médicamente al paciente, siendo ellos mismos suficientes. Eso facilitaría su vocación y su permanencia en lo público. Pero, con las amorales listas de espera actuales y la insuficiencia de medios personales, no hay libertad, sino necesidad de recurrir al sector privado, y eso ni es libertad, ni es equidad.

Es imposible promover la libertad sin una educación para decidir lo correcto. Una educación de ideas, que no ideologizada, libre y garantizada a todos. Una educación donde todos los alumnos tendrían una beca del Estado (cierta equitativa cantidad) para ir libremente a cualquier colegio público o, si lo prefieren, pagar con ella parte del coste de un colegio privado que, de ninguna otra forma, sería subvencionado. Una educación donde predomine el humanismo y, por supuesto, donde serían importantes las materias de Historia, Filosofía y Religión como conceptos antropológicos de la Humanidad que son y como materias necesarias para, usándolas, poder reconocerse, pues todo lo demás es consecuente. ¿Cómo vamos, sino, a configurar una nación viva, libre y feliz? Obtendremos la independencia desde esa amplitud del conocimiento.

No podemos seguir con la decepción de decir que el progreso proviene de lo privado, y así pagar pocos impuestos, cuando se sabe que estos retornan crecidos. ¿Acaso no se salvó la nefasta deuda privada con lo público? Necesitamos un Estado emprendedor e investigador, capaz de liderar y dinamizar el sector privado. Un sector privado que debe cambiar su vana concepción de sí mismo, y un sector público que debe plantearse ser una empresa conjunta de mérito y relevancia. Para lograr todo esto, se necesitan impuestos y una buena gestión pública no partidista, que es la que decepciona.

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