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Hasta siempre, amigo Ubaldo

10 de Julio del 2016 - Manuel Díaz Estrada

Esta mañana me desayuné con la peor de las noticias: mi entrañable amigo Ubaldo, Ubaldo el de La Sindical, o el de La Paloma, que bajo los dos apodos se le conocía, había fallecido inesperadamente en su casa natal de Mallecina, en Salas. ¿Qué puedo yo decir de nuevo, en esta hora de las despedidas, que ya no se haya dicho o escrito a lo largo de los años del popular Ubaldo?

Le conocí hace ya un montón de años, cuando regentaba, junto con su esposa, Orfelina, el bar de La Sindical. Allí recalaba a comer la mayoría de las veces, cuando alguna gestión me requería viajar hasta Oviedo. Recuerdo que, en mis inicios como corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en su concejo natal de Salas, siempre tenía un ratín para dedicármelo y para intersarse por las cosas de su pueblo. Lo hacía con la campechanería y la sencillez que siempre lo han carecterizado. Pasados los años, y ya en su nuevo local de La Paloma, era rara la vez que no me pasara por allí, pues, además de tomarme el mejor vermú de Oviedo, siempre tenía la oportunidad de encontrame a compañeros del periódico tan queridos y admirados para mí como el entrañable Faustino Álvarez, o José Vélez, ambos ya fallecidos.

La última vez que hablé con Ubaldo fue el pasado dia de San Pedro, en Mallecina, hace menos de 15 días. Llegó, como solía hacer cada año, a la tradicional feria. Le acompañaba su hija Carmen, la que en la actualidad regenta La Paloma. Me saludó, como lo suelen hacer los paisanos de pueblo, con un fuerte apretón de manos. Me interesé por cómo iba su salud y le pregunté por Orfelina: "Manolo, la salud, con 84 al hombro y muy trabajados, se van llevando como se puede", me respondió mientras, apoyado en su bastón, oteaba el cielo entre las ramas de los centenarios carbayos de Carceda. "Creo que este año San Pedro lo vamos a tener pasado por agua", su predicción se cumplió, no tardando mucho en hacer acto de presencia la lluvia. En esta que sería la última conversación con el amigo Ubaldo, éste me confesaba que se encontraba muy a gusto y muy feliz en su casa natal del Barrio: "Estaremos aquí hasta septiembre, luego regresaremos otra vez para la capital", me aclaró.

Hace unos meses, con ocasión del homenaje que la Asociación Los Picos, de La Arquera, les dedicó a dos personas muy queridas en la zona, la hija de Francisco Miranda, el siempre añorado practicante de Malleza, y el marido de ésta, secretario durante muchos años del Ayuntamiento de Gijón, con motivo de sus respectivas jubilaciones, tuve ocasión de compartir mesa y mantel con el amigo Ubaldo y con su esposa en el restaurante Al Son del Indiano. Recuerdo que nos pasamos media noche conversando, él de sus inicios en el mundo de la hostelería y yo de mis primeros tiempos en el complicado mundo del periodismo. Se lamentaba de que en los pueblos ya no quedase apenas gente: "Todo esta muy abandonado, la gente mayor que va quedando ya no puede, y los jóvenes se han marchado todos; nadie quiere trabajar la tierra, como en mis tiempos, aunque yo también en su momento la tuve que abandonar ", reconocía con cierta nostalgia, recordándome cómo, con apenas 14 años, había tenido que marcharse a trabajar para la antigua Paloma, donde iniciaría su andadura en el mundo de la hostelería.

Esta tarde, la iglesia parroquial de Mallecina se queda pequeña para dar cabida a los cientos de personas que quieren dar el último adiós a un gran hombre, un hombre sencillo, humilde, que con su esfuerzo, su trabajo, su lucha diaria supo dar lo mejor de sí al sector de la hostelería asturiana. A su esposa, Orfelina, a sus hijos y al resto de su familia, mi profundo pesar por su pérdida. Hasta siempre, amigo Ubaldo.

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