Desechos desechables
Bastaría un aullido de paloma ciega
para que la Luna derramase lágrimas blancas
por los asiduos a cualquier lugar,
los frecuentes,
habituales de cualquier sospecha,
que salpican las calles de ciudades de hojalata
con su presencia prescindible.
Adictos a algún decálogo,
ávidos de pertenencia,
corean el balido más tribal
o el aullido más primate.
Impecables rostros planchados
a vapor de inercia,
fusilando espejos con teléfonos dorados,
pueblan las redes
como atunes de almadraba.
Discurso de voz en grito
y golpe fácil,
casi siempre traicionero,
sólo empatizan con sus autos,
desde los que regalan sonidos maltratados
de fácil rima,
como sermón apocalíptico
para quien les sufre.
No aman,
toman,
a fuerza de celo de equino,
apestando lo que tocan
con afiladas manos
y la baba destilada,
rugiendo en el festejo,
alarde de bragueta de caverna.
Desechos desechables,
producto nuestro,
de la desidia inoculada
por antiguos libros
y modas nuevas.
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