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Oposiciones docentes: una profesora fracasada

16 de Julio del 2016 - Elisa Vior Martínez (Cudillero)

Son las seis de la mañana, el despertador me recuerda que tengo que estudiar la maldita oposición. Me levanto procurando no despertar a mis hijos. Son más de dos años ya preparando temas, problemas, identificando cada alga, insecto, concha, hierba o fósil que me encuentro, o sea, preparando el famoso visu, esta vez igual tengo suerte. Las dos veces anteriores aprobé, la primera de ellas con nota bastante alta, pero no tenía puntos de experiencia; la segunda vez no miré un libro en todo el año, aprobé también, pero me daba igual, mi madre, que tanto había luchado sola por nosotros, se iba. Ahora tengo esa experiencia, pues soy profesora interina desde hace nueve cursos, a ver si lo consigo al fin. Me encanta mi trabajo, nunca pensé dedicarme a otra cosa, mis maestros y compañeros de la EGB recuerdan que ya tenía vocación cuando iba a las Escuelas Selgas, que tanto han marcado mi vida. El año pasado decidimos venir a vivir a Cudillero, pensamos que sería bueno para nuestros hijos y después de veintinueve años en la ciudad volvimos, además fuimos acogidos maravillosamente. Quiso la casualidad que en el IES Selgas se jubilara un profesor de Ciencias Naturales y así fue como me vi dando clase al lado de casa, todo perfecto. Me felicitan vecinos, amigos, familiares. Me tomo un café y miro de reojo mis apuntes, ¿qué haré, seguiré con el tema 5, el metamorfismo, o miraré por si acaso un poco de visu? Bah, seguiré con el tema, al fin y al cabo las rocas metamórficas son lo mío, por algo soy geóloga. Falta poco, el 20 de junio es el primer examen. Nada menos que 870 personas se han inscrito, procedentes de toda España. Estos meses han sido duros; compaginar trabajo, estudio, hijos es complicado; mi familia paga las consecuencias, mi irritabilidad va en aumento a medida que se acerca el día, las agendas de mis hijos están sin revisar, se han adaptado al nuevo cole como han podido en este curso en que les han cambiado de casa, de colegio, de amigos. El tribunal que me corresponde es el 4, observo con cierto alivio que está formado por cinco mujeres, lo prefiero, soy muy nerviosa y me imponen menos. Y llega el día 20 al fin; a las 9 de la mañana, primera prueba del primer examen, el tema: bieeeeen!!! Ha salido el 5, el metamorfismo!!! Escribo sin parar las dos horas, en total casi trece páginas. Me siento satisfecha. A las 4 el examen práctico cae como una bomba sobre los 581 que nos hemos examinado. Nadie se lo esperaba, un examen muy difícil, hago lo que puedo, a ver si consigo el 1,25 que se exige como mínimo para poder sumar las dos notas de hoy. El día 22 acudo a leer mi examen y salgo de allí algo desanimada, pues creía haberlo hecho mejor, ¡qué rabia! Sale la nota del primer examen: sólo 108 aprobados y yo soy uno de ellos!! La suerte me sonríe, al fin!! Qué bien que este año tengo el máximo de puntos de experiencia. Ojalá mi madre pudiera verlo, pienso, mientras mi móvil echa humo entre tanta felicitación. Ahora tengo que preparar la programación y las unidades didácticas, especialmente estas últimas, pues la programación está lista, sólo falta imprimirla y encuadernarla. Nos convocan para el jueves 7 de julio a las 5 de la tarde para entregar la programación. Damos por hecho que la segunda prueba comenzará el lunes 11. Cuál no será mi sorpresa cuando al llegar me entero de que los tres primeros del tribunal 4 estamos convocados para el día siguiente a las 8.30. Es decir, me entero con quince horas de antelación, siendo imposible comprobar si han cumplido con el plazo preceptivo de las 24 horas. Una gran injusticia, mis oponentes tienen por delante todo el fin de semana para preparar la prueba, algunos toda una semana. Hasta las dos de la madrugada estuve imprimiendo actividades, exámenes, a las 6.45 me levanto, no vaya a ser que me ocurra algún percance por la carretera, así es que a las 8 llego al instituto. Como soy la tercera, me dan allí las 12.45 horas releyendo mi programación y preparando mi exposición; mis nervios van en aumento. Me tomo una pastilla; comienza mi defensa de la programación, qué nerviosa estoy al principio, estoy flotando, no me oigo, me tranquilizo poco a poco y la exposición de la unidad la hago ya más relajada, ordenada y sabiendo lo que digo. Los nervios hacen que termine bastante antes de lo previsto, la presidenta del tribunal me dice que tengo casi media hora todavía. En ese tiempo podrían haberme formulado cuantas preguntas considerasen necesarias para comprobar mi aptitud pedagógica, que es el objeto de esta segunda prueba, o para comprobar que la programación la he hecho yo solita.

Mira que este año había preguntas que hacer: estándares, indicadores, competencias, pues no, la señora presidenta me hace una chorrada de pregunta sobre el trabajo cooperativo, que le respondo encantada. Y sobrando veinte minutos nadie tiene nada que preguntar, así que leo las preguntas de la evaluación que he propuesto para la unidad expuesta, para matar el tiempo. A las 13.45 me dicen que puedo abandonar el aula y salgo disparada hacia mi coche agradeciendo que aquello hubiera terminado. En ese momento recordé cómo en 2010 me juré que nunca volvería a pasar por aquel mal trago. Y aquí estaba yo, tragándome mis palabras y de nuevo conduciendo sin ver la carretera, deseando llegar a casa. El resto de opositores han tenido varios días para preparar esta prueba que yo preparé en horas. Algunos la hicieron ayer, 14 de julio. Hoy han salido las notas y he suspendido con un 4,7794. Queda poco que añadir a esto, sólo que estas cinco del patíbulo han decidido que no valgo para la docencia, que no llego ni al 5, no tengo aptitud pedagógica. Espero que no se enteren mis alumnos, tampoco sus padres, ni los jefes de estudios y compañeros, que me han tratado como si realmente valiera, de que me faltan 23 centésimas para valer, no soy apta, soy una inepta! Me pregunto, ¿en estos nueve años no aprendí nada? Quizá debería dar las gracias a estas eminentes profesoras por haberme abierto los ojos, si no fuera porque son las causantes de la tristeza de mis hijos, la desilusión de mis hermanos. Y de que hoy me sienta una mierda.

Elisa Vior Martínez. Profesora fracasada, Cudillero

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