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Ochenta años para olvidar parece que no bastan

18 de Julio del 2016 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

Estoy redactando este escrito el domingo 17 de julio de 2016, justo un día antes de que se cumplan los ochenta años de aquel fatídico día en que los españoles se enzarzaron en una desastrosa guerra civil de tres años de duración, muerte y calamidad por todas partes.

Quienes vivieron directamente aquellos hechos, prácticamente ya se nos han ido, pero quedamos sus descendientes, y aunque algunos pretendemos ser lo más moderados posible y tratar de no alimentar odios ni rencores al respecto, hay otros muchos en uno y otro bando de la contienda, que por distintas razones quieren seguir manteniendo viva la llama del odio y del rencor, se les nota en cuanto uno cambia con ellos dos palabras sobre el tema. Seguramente esto se deba a que al haber sido la nuestra -a diferencia de la del resto de los europeos- una guerra civil, y no una guerra internacional, pues el odio, los rencores y el ánimo de venganza, se queda entre nosotros durante varias generaciones. Por el contrario, en las guerras internacionales una vez que estas acaban, el enemigo se retira a su país de origen y ya no cabe la posibilidad de encontrarte con tu enemigo a la vuelta de cualquier esquina, tal como ocurrió en nuestro caso. Por eso hay que pensar, que si todas las guerras son malas, las guerras civiles son las peores. Hoy aún se encuentra uno con personas descendientes de uno u otro bando que lleva gravado a fuego el rencor por lo que a alguno de sus familiares directos les pasó o les hicieron los del bando contrario.

Aquí, al haber vencido el bando de quienes provocaron el levantamiento militar -en mi opinión- su gran error fue el haber permitido en la posguerra a ciertos grupos afines al bando vencedor, el pretender hacer limpieza por su cuenta y llevarse por delante a tantos del bando contrario sin las garantías de un juicio justo y neutral en el que pudiese quedar absolutamente demostrada la culpa o inocencia de las personas que se pretendía juzgar. Esto hace que cuando cualquiera que pretenda ser moderado y calmar ánimos y exponga que aquello fue una sin razón de parte y parte, te acaben diciendo que pudo ser así en los tres años que duró la guerra, pero que para nada está justificado que una vez terminada se siguiera eliminando gente por el hecho de que cualquier cantamañanas denunciase como rojo a un vecino, pariente, o ciudadano próximo o lejano; y según parece, en ciertos casos así sucedió.

A pesar de lo revuelto que ahora mismo está el panorama político, tanto aquí como en otras muchas partes, ojalá sepamos y acertemos todos, a tener el grado de sensatez suficiente para que no vuelvan nunca más a repetirse situaciones tan lamentables como las de entonces. Para quienes sufrieron directamente las consecuencias de aquellos errores, todo mi respeto y consideración. Para todos nosotros -sus descendientes- solo pido cordura y entendimiento para llegar a la conclusión, de que el perdón siempre aporta más tranquilidad y paz de espíritu, que el odio, y el afán de rencor y de venganza, y sepamos decir todos a una eso de: Santo Tomás, una y nada más. ¡Con aquella ya valió!

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