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Carrillo, el insaciable contra la Iglesia

2 de Enero del 2009 - Ángel Garralda (Avilés)

Acabo de escuchar sus palabras por la COPE. Entró en España con peluca hace 32 años, pero desde que se la quitó habla sin pelos en la lengua y enseñando los dientes con ganas de morder.

Con voz de quien sienta cátedra de moralidad contra la Iglesia, acaba de decir que Rouco y Cañizares son lo más parecido a Pla y Deniel y Gomá de los años treinta. Es que se le sube la bilis porque en aquellos años treinta llevó las de perder, borracho de odio a la Iglesia, con la pretensión, siempre vieja y siempre nueva, de que las puertas del infierno prevalezcan contra ella.

Sin embargo, entre la comparación de cardenales y obispos de ayer y de hoy no se ha atrevido a hacer mención a los 7.000 curas que, entre otros él personalmente, el mayor genocida, se tragó con odio insaciable.

¡Anda, Carrillo! Tu lema es la mentira. ¿A quién quieres engañar de nuevo? ¿Te has leído el libro de Ricardo de la Cierva: «Carrillo miente»? Tarancón te invitó a comer a solas en un convento de monjas en La Cuesta de las Perdices (Madrid); en su eminentísima ingenuidad pensaba que te iba a meter en el bote. Tú encantando, siendo servido por las vírgenes de Dios a la vera de un cardenal que no se parecía en nada a Gomá y Pla y Deniel. Bien puedes decir de la Iglesia lo que acabas de decir del ex seminarista Garzón, que «le ha salido el tiro por la culata».

¡Pobre Iglesia española! que, ahora, tienes que oír a todas horas y por todos los medios en manos de los que perdieron la guerra, que tú tuviste la gran culpa, cuando lo cierto es que tú fuiste la primera sorprendida del estallido aquel 18 de julio de 1936.

Tan sorprendida que Tarancón salvó la piel en Galicia, zona nacional, dando conferencias de Acción Católica, muy lejos de su parroquia de Villarreal (Castellón), donde no quedó un cura vivo y el templo incendiado por los cuatro costados. Tan sorprendida que Gomá, primado, salvó la piel porque estaba tomando aguas en un balneario en Navarra, zona nacional. Tan sorprendida que el obispo de Salamanca, Pla y Deniel, salvó la piel en zona nacional, quien no sólo ofrece palacio episcopal para sede del Generalísimo, salvador de la Patria y de la Iglesia, sino que fue el primero en calificar de «Cruzada» aquella gesta gloriosa, que cambió el rumbo de la historia con la victoria sobre el comunismo.

Esto es lo que le duele a Carrillo, que Rouco y Cañizares se parezcan tanto en defensa de la religión a Pla y Deniel y Gomá, aquellos dos catalanes eminentemente españoles, a los que él no se pudo dar el gusto de «cepillar» porque cayeron en zona nacional. Él prefería comulgar con obispos opuestos a Franco, desagradecidos a quien más benefició a la Iglesia, quienes aplaudiendo una Constitución sin Dios callan como muertos al verla convertida en una Constitución contra Dios, porque en ella han tenido cabida todas las consecuencias que padecemos de tantas leyes contrarias a la ley de Dios, a la sombra de unas Cortes en las que no hay un solo parlamentario, ni de la izquierda revanchista ni de la derecha cobarde y «sin remedio» que diría Gonzalo Fernández de la Mora, capaz de salir en defensa de la religión católica en un pueblo de mayoría aplastante de bautizados.

Sin embargo, el incombustible genocida de Paracuellos del Jarama y aledaños, el que consintió la huida del Gobierno rojo de Madrid a Valencia, con la condición de que le dejaran manos libres para dar comienzo al día siguiente a las grandes matanzas de noviembre de 1936 con miles de asesinatos a inocentes, se atreve a dar lecciones de moral y sentar criterio contra Rouco y Cañizares, dos cardenales predilectos de Benedicto XVI, a quien no querían como sucesor de Juan Pablo II, los mismos que deseaban la muerte de Carlos Vojtila, el gran propulsor de las beatificaciones de los mártires de la bien llamada «Cruzada».

¡Anda, Carrillo!, ¿te acuerdas cuando huiste perdiendo los calzones de miedo, mientras tus huestes quedaban en la estacada? ¿Te acuerdas cuando embarcaste con engaño a los «maquis invadiendo España por el Pirineo, para dar la vuelta inmediatamente, muertos de hambre y con muchas bajas? ¿A quién quiere engañar otra vez el íntimo amigo de Ceaucescu?

Angel Garralda, párroco de San Nicolás de Bari, Avilés

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