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Los vigilados de la playa

29 de Julio del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Se va imponiendo una costumbre que me enerva y que, gracias a la docilidad legendaria del español tipo, ha venido para quedarse.

A mí me da igual eso de las banderitas azules en las playas. Soy de los que prefieren las playas salvajes, retiradas, donde la naturaleza aún es protagonista. Pero cada tanto me da por ir a esas playas civilizadas. Nada que decir, yo me adapto. Pero por donde no paso es por bañarme en las zonas que los socorristas estiman más cómodas para ellos. Sospecho que no hay legislación unificada al respecto. Me molesta que estos chicos con sus camisetas brillantes anden tocando el silbato como árbitros para reconducir a la grey al redil.

Soy mayor de edad, responsable, no un bonsái recortado a gusto, sin ramas de más, algo que no incordie. Entiendo que el trabajo de los socorristas, en caso de un incidente, pone en peligro su propia integridad, de manera que yo acepto el arreglo de asumir mi riesgo, y que ellos me dejen nadar en paz. Ya que no debe haber aún reglamentos al respecto, debería acordarse eso, que fuera de las zonas acotadas para comodidad de los salvavidas no se ayuda a nadie, y todos contentos. Se hace en los puentes, en los túneles ferroviarios: allí un cartel de advertencia exime de responsabilidad a la empresa, y tal.

Voy a ir a un caso concreto. Estuve el otro día en una conocida playa con su bandera azul, su bar, sus pasarelas de madera y su aparcamiento descomunal. Los chicos vigilantes patrullaban el arenal con un quad, estilo llanero solitario, espantando a los irreverentes que osaban meterse en el agua fuera de la zona acotada. Lo interesante es que los surfistas que usaban a sus anchas el resto del litoral no eran objeto de tal recriminación. Me pregunto si ellos pagan un impuesto especial o es que el neopreno ya les presupone un nivel natatorio superior al del resto de los mortales. Si, ya sé que el neopreno posee un índice de flotabilidad mayor que las lorzas humanas, pero aun así.

Puestos a pedir responsabilidades, me gustaría saber si todos esos muchachos ostentan el correspondiente carnet A3 que les permite conducir esos vehículos por espacios públicos. Yo, por mi parte, advierto que me seguiré bañando donde me plazca, generalmente alejado de los corrales de hacinamiento diseñados para el vulgo. Es una cuestión ética, por encima de la perorata de la seguridad: estoy harto de ser tratado como un menor de edad, como un incapacitado por el que hay que decidir.

Adelanto, para zanjar la cuestión, por si alguno tiene la intención de arrojarme ahogados a la cara, que el porcentaje de accidentes en el litoral español es insignificante. Calculen cientos de millones de baños en una temporada y pongan la cifra exacta de percances. No tengo nada contra las advertencias e indicaciones, pero, desde luego, frente a la coerción y el ordenamiento infundados, me declaro un insumiso.

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