Tres sillitas de bebé vacías
Francia se ha convertido en el objetivo prioritario del terrorismo yihadista. La barbarie cometida en la noche del jueves 14 en Niza, durante la celebración de la fiesta nacional francesa, con al menos 84 muertos y más de dos centenares de heridos, es el atentado más grave en el país vecino desde los ataques suicidas de noviembre del pasado año en París, que costaron 130 vidas y un sinnúmero de heridos. Con el paso de los días la luz va dejando al descubierto el horror. El impacto de la tragedia.
Entre las espantosas imágenes que dejó tras de sí esta masacre de Niza, hubo una que golpeó --y nos sigue golpeando a las personas de bien-- muy de lleno en el alma (o en su defecto ese hueco que ha dejado el alma en esta Europa descreída). Es una foto estremecedora por su brutal sencillez: en ella no se ven cadáveres, ni rastros de sangre. En ella tan solo se ven tres carritos de bebé abandonados en el Paseo de los Ingleses. Son tres sillitas plegables de los que aún cuelgan las bolsas donde las madres acostumbran a llevar unos pañales, agua, una manta para la siesta y algún peluche o juguete.
De todo el desquiciado espanto en Niza aquella noche, esa desgarradora imagen es la que no deja de sacudirnos las entrañas. Porque intuimos que esos pequeños usuarios de los carricoches no volverán a sentarse en sus sillas. No volverán a cabecear hasta caer dormidos como suelen hacer generalmente con el traqueteo del camino ni se descalzarán un zapato para lanzarlo lejos como hacen todos los niños aprovechando una breve distracción de sus mamás durante el paseo.
Aún recuerdo haber leído en las memorias de una tal Odette Elina , superviviente del Holocauto en Auschwitz, las formas que el mal absoluto adquirió en los campos de exterminio. Recuerda las cámaras de gas, los hornos crematorios, la degradación en grado superlativo del ser humano. Pero el horror del que subraya la citada señora Odette, sucedió un domingo de 1944. Esa mañana, los nazis fueron a buscarlas para que trasladasen cien carritos de bebé: "Aún guardaban la tibieza de los infantes que habían cobijado y que acababan de ser quemados. Las almohadas aún conservaban las formas de sus pequeñas cabecitas. Aquí y allá colgaba una manta bordada, un gorro... un babero".
Pasados 72 años de aquel infierno de Auschwitz, los actuales nuevos nazis, siguen trayendo nuestra desolación y enorme pena con sillitas de bebé vacías y abandonadas.
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