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Semblanza de un milicias

4 de Agosto del 2016 - Vicente Pedro Colomar Cerrada (Oviedo)

Apoyando el levantamiento popular contra los franceses, que a partir del mes de octubre de 1807 habían invadido la patria con la llegada de tropas al mando del general Jean-Andoche Junot, con especial significado el levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808, ante el peligro que se cernía a perder España su independencia, que indujo a una sublevación generalizada en todo el país, a propuesta del rector de la Real Universidad de Toledo y del claustro de la Universidad de Santiago, presidida por el arzobispo, el 21 de mayo de ese citado año de 1808 se promulgó una proclama en la que se invitaba a los alumnos de la citada Universidad a alistarse en el "Batallón literario o batallón universitario de honor” que se habría de formar. Unos 300 estudiantes acudieron a esa invitación combatiendo en la guerra de la Independencia, dejando la impronta de su valor y de su heroísmo.

Unos años más tarde, se crean en el Ejército español los alféreces de milicias por decreto de 10 de noviembre de 1874 firmado por D. Francisco Serrano y Domínguez, presidente del poder ejecutivo de España. Estando nutrida esa escala principalmente por universitarios que fueron a combatir en la tercera guerra carlista, guerras finiseculares coloniales del XIX y campaña de Melilla de 1893, más conocida como "guerra de Margallo”, donde las unidades militares del Ejército español, con resultados adversos y favorables, supieron mantener la honra y el orgullo de la patria.

En el mes de junio de 1911, reinando Alfonso XIII, se crearon los oficiales de la escala de reserva gratuita formada por universitarios y que unos años más tarde, en el mes de junio de 1918, se transformaron en oficiales de complemento del Ejército, creada esa oficialidad, con formación universitaria, como apoyo y complemento de los oficiales de academia, procedentes de la enseñanza superior militar y para moderar en parte el coste que ha de suponer a una nación mantener en tiempos de paz y con dedicación permanente los efectivos necesarios que puedan intervenir de inmediato en cualquier confrontación.

La oficialidad de complemento se ha nutrido principalmente de las universidades y de las escuelas técnicas en el recorrido de sus años de existencia. Oficiales de complemento incluidos en las unidades militares de las diversas armas del Ejército español lucharon en las campañas de Marruecos del siglo pasado regando con sangre generosa aquellas desérticas tierras para que España cumpliese con orgullo y honor su acción de protectorado en su zona durante un período de 44 años (1912-1956), dejando su impronta patriótica y el reconocimiento de su buen hacer en favor de un pueblo aguerrido y mísero que necesitaba salir de su pobreza y de su atraso hasta alcanzar un manifiesto nivel de supervivencia, y, con la independencia (Francia y España), formalizar el Marruecos que es hoy, como podemos testificar los nacidos en aquellas tierras y en las que pasamos varios años de nuestras vidas hasta producirse la repatriación a la Península. Durante su participación en esas campañas por tierras marroquíes, los oficiales de complemento fueron recompensados con sus dos primeras cruces de la Orden militar de María Cristina al mérito de campaña.

En tiempos de la II República, la oficialidad de complemento adquirió un carácter más democrático, y, ya en tiempos del general Francisco Franco como jefe del Estado español, quedó confirmada en su condición de oficialidad universitaria. Durante la Guerra Civil (1936-1939) combatieron en ambos lados los oficiales de complemento con ardor y valentía en la defensa de sus ideales. Mientras en el bando nacional se crearon los alféreces provisionales procedentes principalmente del campo universitario, en el bando republicano se dieron a conocer los tenientes de campaña, cuyo origen estuvo en los sindicatos, milicias y funcionariado.

Siento profundamente no conocer las medallas alcanzadas por los militares republicanos por méritos de guerra durante la contienda fratricida, pero aparecen datos de que en el bando nacional los oficiales de complemento fueron merecedores de seis cruces laureadas de San Fernando y sesenta medallas militares individuales. Unos y otros merecen nuestro respeto y consideración, hombres y mujeres que, enfrentándose entre ellos siendo hijos de una misma patria, entregaron en muchos casos su propia vida en la defensa de lo que consideraban su justa causa.

Formando parte de la División Azul, muchos de los alféreces de complemento integrados en las diversas unidades militares dejaron huella de su valentía y arrojo, siendo condecorados con treinta y siete cruces de hierro.

La ley del 2 de julio de 1940 decía en su artículo III que “la milicia universitaria estará compuesta por los jóvenes de edad superior a los 18 años, afiliados al movimiento y que cursen estudios en universidades, escuelas técnicas y centros de enseñanza superior. Recibirán preparación militar para el servicio oficial y terminados sus estudios y alcanzando el grado de aptitud indispensable...”. Ya en el Decreto del 14 de marzo de 1942, que pudiese marcar una mayor implicación castrense de los aspirantes, se dictan las “normas para la instrucción y desarrollo de la IPS (Instrucción Premilitar Superior)”. La formación estaba basada en dos ciclos de tres meses cada uno realizados en unos campamentos militares a los que los aspirantes asistían en el período de vacaciones del verano, para favorecer la presencia de los estudiantes en las diversas universidades o escuelas técnicas durante el curso académico. Finalizados esos seis meses de instrucción, los alféreces y sargentos de complemento de sus respectivas armas o cuerpos deberían realizar cuatro meses de prácticas (en los primeros años eran seis meses), para, una vez aprobadas, pasar de provisionales a efectivos dentro del Ejército español.

Desde los primeros campamentos que se prepararon en 1940, como el de Las Chapas, en Marbella (que desaparecería), pasando por los de Montejaque, en Ronda (Málaga); Castillejos, en Reus (Tarragona); Robledo, en La Granja (Segovia); Monte La Reina, en Toro (Zamora), y el de Los Roderos, en Santa Cruz de Tenerife (¿algún olvido?), se puede decir que durante muchos años (1942-1972) las milicias forjaron un nuevo espíritu castrense que, sin menoscabo de la rigurosidad y de la seriedad del entorno militar en el que se desenvolvían, llenaron las plazas y paseos de las ciudades y de los pueblos de España mostrando siempre un estado de ánimo alegre y divertido que les hicieron muy populares, en especial entre la juventud femenina de esa época. Sin embargo, hay que recordar a los oficiales y suboficiales de complemento de la IPS que cayeron en el cumplimiento de su deber, entregando sus vidas por la patria (contra los maquis y en las campañas del Sáhara y de Ifni). Para ellos, la honra y la gloria por la sublime gesta y el reconocimiento y afecto de todos los españoles (referencias tomadas en Internet de las páginas web firmadas por don Francisco Ángel Cañete y por don Álvaro García Perla).

Cuando han pasado más de cincuenta años, quiero elevar un recuerdo a los dos campamentos que pasé en Montejaque (Málaga) (1957-1958) y salí con la graduación de alférez provisional de complemento del Arma de Ingenieros (Zapadores). Fueron unos campamentos duros, sacrificados y muy trabajados, pero que los hice por voluntad propia y con la expresión de mi amor a mi querida España. En 1960 realicé las prácticas en la Agrupación Mixta de Ingenieros en Villacarlos (Mahón) a las órdenes del comandante Zaforteza y del capitán Muñoz (?). Hombres de una gran categoría humana y de un profundo amor al Ejército y a los que siempre mantendré en el recuerdo por el comportamiento que tuvieron hacia mi persona. Fueron cuatro meses inolvidables, cumpliendo siempre con las obligaciones que correspondían a la vida castrense (por orden del comandante, quedé nombrado para participar en todos los desfiles a que hubiere lugar. Sería por altura y tipo espigado...), y, teniendo siempre algún tiempo para acompañar a aquellas bellísimas jóvenes menorquinas que con su dulzura y empaque femenino supieron frenar nuestros impulsos más que aguerridos...

Es para mí un honor y un orgullo pertenecer al escalafón de alféreces de complemento del Ejército español procedentes de la milicia universitaria, agradeciendo el tiempo que pasé en activo en la milicia, donde pude complementar la forma de mi personalidad en lo concerniente al honor, a la lealtad, al mando, a la obediencia, a la disciplina, al trabajo, al sacrificio, a la austeridad y, en general, en todas aquellas virtudes que encarnan al glorioso Ejército español. ¡Viva España!

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