Jugar limpio

4 de Agosto del 2016 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Nuestro modelo político de convivencia es un juego pacífico de opciones, de carácter representativo liberal pluralista, social de mercado, que permite la elección de una aforada élite formada y preparada para asumir funciones de gobierno y liderazgo, de acuerdo con los consabidos principios de libertad, igualdad, justicia y pluralismo. La democracia, de origen ateniense, conoció fórmulas de utopía cristiana, la revolución americana, las declaraciones de derechos del hombre y el ciudadano, el movimiento obrero, la Carta de la ONU, etcétera. El liberalismo es producto del empirismo, se basa en el consenso contractual social, la conciencia individual frente a todo tipo de totalitarismo y opresión; sucedió al Antiguo Régimen Absolutista y proclamó constituciones, basándose en el sufragio censitario. Facilitó el despegue industrial de chimeneas y bancos, creando una fachada parlamentaria de brillantes momentos retóricos. La realidad era bien otra, pues dejaba fuera de la representación sustantiva a más del 60 por ciento de la población. Sin caer en historicismos extremistas, estimo que fueron los partidos socialdemócratas y obreristas los que gestaron un concepto de democracia más inclusivo y universal, que conlleva una sociedad abierta a través del sufragio universal y un significativo bienestar para clases medias y trabajadoras, desfavorecidos y minorías. Hoy las ideologías son de consumo, el votante es cliente y se ha banalizado. Son macrofestivales, fútbol y tecnologías los que congregan a las multitudes; rigen implacables tendencias globalizadoras, el presentismo, la inmediatez on line. La democracia, en la práctica, es un procedimiento electoral, libertades y tolerancia. Las organizaciones supranacionales pecan de distantes y burocratizadas, primando ante todo lo financiero. Se están notando en muchos estados el repliegue sobre las fronteras, el pánico al terrorismo indiscriminado, la exaltación de un nacionalismo fragmentador, los populismos. Las desigualdades sociales y la demografía son claves. Nos quedan muchos vaivenes por vivir de este gran ideal que bebe del liberalismo en lo que atañe a un buen sistema de equilibrios y controles, así como de los derechos humanos de última generación, sociales y participativos de protección a los más débiles, un garantismo progresista en expansión no sólo servil de los mercados –aunque se ciernan sobre nosotros la deuda, el déficit y el agotamiento de la hucha de las pensiones–. Abundan el puro teatro y la politiquería, pero la democracia avanzada sigue vigente y alentándonos.

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