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Encerrar a los candidatos en la Moncloa

8 de Agosto del 2016 - José Luis Hevia García (Oviedo)

No sé si Inés Paz tiene el propósito de reunir firmas para presentar una propuesta no de ley que obligue a los candidatos a presidente del Gobierno a "encerrarse en la Moncloa hasta que anuncien su fumata blanca", como sugiere en el "chispazo" que publicó el pasado 22 de julio LA NUEVA ESPAÑA en la sección de Tribuna. Lo de la fumata me anima a apoyar a Inés, pues hay precedentes en la Historia y ya sabemos que si hay precedentes, hay posibilidades.

Sucedió allá por los principios del siglo XIV, después de que el Papa Clemente V, antes arzobispo de Burdeos, hubiese fijado la sede pontificia en Aviñón. A su muerte, el Colegio Cardenalicio no lograba ponerse de acuerdo para designar al siguiente Papa, pues los números no sumaban. Por un lado, el llamado partido francés estaba compuesto por diez cardenales designados recientemente por el fallecido Clemente, que propugnaban mantener la sede pontificia en Aviñón. De otra parte, en el partido italiano militaban los tradicionales Colonna, Orini, Caetani, etcétera, que, con ocho cardenales antiguos designados por papas romanos, pretendían restituir la sede del papado a Roma. Finalmente, había un grupo mixto de seis cardenales en el que figuraban dos normandos y dos provenzales –que no eran entonces propiamente franceses–, más el cardenal Duèce y un aragonés, que iban a lo suyo. En total, veinticuatro, siendo necesarios dos tercios, dieciséis votos, para que hubiera fumata blanca, lo que parecía imposible, pues las líneas rojas de Aviñón y Roma, aparte de alguna otra cosilla, no eran negociables. La primera sesión del cónclave se celebró en Carpentras, en las proximidades de Aviñón, y terminó como el rosario de la aurora, después de que una banda armada irrumpiera violentamente en la sala. Los cardenales huyeron despavoridos y se refugiaron en distintos monasterios.

Durante dos años, los reyes franceses intentaron sin resultado reanudar el cónclave para consolidar la sede de Aviñón. En esta línea, el conde de Poitiers, hermano del rey Luis X, consiguió al fin que los cardenales acudieran a Lyon para realizar consultas, prometiéndoles total seguridad, con tan buena suerte que en tales días murió repentinamente el rey Luis, probablemente envenenado. Ello permitió al conde de Poitiers, autoproclamándose regente del reino, reservar la iglesia de los padres dominicos de la ciudad para que los cardenales celebraran los funerales por el eterno descanso del rey fallecido, a los que acudieron acompañados de sus secretarios, pajes, porteadores de antorchas y ayudantes en general.

Durante el acto fue notorio el elevado volumen de la música del órgano, al que acompañaba un coro de cien voces. Al término del funeral, y al intentar abrir las puertas, los cardenales descubrieron que tal estrépito se había producido deliberadamente para ocultar las obras de tapiado de todas las salidas de la iglesia que durante la ceremonia se había llevado a cabo. Por la única abertura dejada en una de ellas, irrumpió en la iglesia el conde de Forez, al cargo de la operación, con atuendo de batalla y acompañado de hombres armados, quien, según nos cuenta Maurice Druon, anunció a los cardenales que si en tres días no habían elegido un nuevo Papa, se les suministraría una única ración diaria de comida, que se reduciría a pan y agua –según establecía la Constitución de Gregorio– si los debates se prolongaban más de nueve días, proporcionándoles paja en abundancia para que prepararan sus lechos en el suelo, no permitiéndoseles la salida de la iglesia hasta que hubiera fumata blanca. Entretanto, setecientos hombres de armas rodearon la iglesia y el adjunto convento.

Las sesiones duraron cuarenta días, pero, al fin, ¡y por unanimidad!, dos años y tres meses después del fallecimiento de Clemente V, se designó Papa al cardenal Duèce, el más anciano de todos ellos, que durante las sesiones había mostrado evidentes síntomas de debilidad y mala salud.

Yo recomendaría a los candidatos que se reunieran en la Moncloa, que no se dejaran llevar por las apariencias, pues el cardenal Duèce, Juan XXII como Pontífice, vivió hasta los 90 años, protagonizando importantes sucesos durante los dieciocho años de su pontificado, hasta el punto de decidir a Umberto Eco a ambientar en la época la más famosa de sus novelas.

Inés, si no tenemos éxito, podríamos proponer, al menos, que los tiempos de marear la perdiz se redujeran, como mínimo, a la mitad.

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