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Renglones torcidos

8 de Agosto del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Dado que vivimos en una era en la que todo escuece, se hace difícil abordar ya muchos temas, de modo que tiro por la calle del medio y me apunto al lenguaje áspero y la ironía.

Dicen que el tipo que estrelló un avión en los Alpes estaba mal de la cabeza. ¿Alguien sensato piensa que quienes lo estrellaron contra las Torres Gemelas eran gente lúcida? Hay que estar de la olla para hacer una cosa y la otra, eso parece innegable, aunque se puede apuntar que unos actuaban por mandato de otros y el primero porque unas voces dentro de su cabeza le ordenaban dejar la medicación al tiempo que le advertían de que la novia se largaba con otro o que suspendió la oposición. En fin. Los segundos se creyeron lo del paraíso con las tías en tanga sirviéndoles buñuelos para toda la eternidad sin colesterol ni nada. Valoren ustedes.

En Estados Unidos, hasta ahora, la violencia de esos desequilibrados se expresaba en ex alumnos que regresaban al instituto con tres fusiles de asalto, diciendo que una pelirroja no quiso ir al baile de cuarto grado con ellos, o un desempleado que entraba en una hamburguesería con dos escopetas de caza, diciendo que el pepinillo estaba rancio. Ahora se pueden identificar más con el asunto racial, y muy pronto, veremos, con la cuestión de la guerra santa.

No es de extrañar que muchos de esos chalados hayan encontrado la horma de su delirio con esto del yihadismo: ahora agarran cualquier cosa y hacen una escabechina, con suerte se apuntan a un curso acelerado de odio por Internet o hasta le besan la mano al imán del barrio y ya está, a cargarse unos cuantos infieles. No son terroristas stricto sensu. O, para enfocarlo mejor, no se sustentan sus actos en una ideología, porque cada cual la fabrica en un cuarto de hora.

Son unos anormales, no necesitan ni ser analfabetos, les alcanza con ser unos renglones torcidos que hallaron acomodo a su disparate en esto, como lo podrían encontrar en las gradas ultras del estadio o en saltar por el Cañón del Colorado envueltos en serpientes de cascabel. Naturalmente que Occidente tiene una alta cuota de responsabilidad en un odio que se ha ganado a pulso y abuso. Eludirlo, como si con nosotros no fuera la cosa, es un error. Pero ese es asunto para otra ocasión.

Si se entiende lo que quiero decir, ahora expongo lo que pienso que podría hacerse. Veo que estos chalados van a prosperar, y mientras se les siga elevando al rango de guerreros, no se hace más que abonar el terreno para que medren más y más en eslabones de emulación. Ojo con avivar el fuego, y sacarles en portada es soplar a las llamas. Dado que la medicación no alcanza para todos, sería conveniente empezar a llamarles por lo que son: locos, enfermos. No conviene que a cada incidente de este tipo se abran informativos y las cabeceras de la prensa alarmen a toda plana. Sacar a la luz sus vídeos en los que cacarean una lista priorizada de sus resentimientos, como si ello justificara, en cierta manera, su proceder, es el mejor monumento que se les puede erigir: ya han salido en la tele, ya pueden sucederles imitadores.

Hay que reconducir el estilo. He oído estos días una frase con la que estoy de acuerdo por su acierto: conviene no confundir el suceso con el terrorismo. Ya casi nadie se acuerda, pero en el inicio de la lucha contra ETA en España, se hubo de dar el primer paso de cambiar el lenguaje y las formas de tratamiento. Algunas mentes preclaras lo vieron enseguida. Al principio, todos los medios decían que el grupo político militar había ejecutado a fulano, dándoles así a los criminales un barniz lógico, una suerte de excusa ideológica, el argumento de una paridad o equivalencia con el mundo que pretendían subvertir con sus bombas y sus tiros en la nuca.

Cuando se cambió el enunciado y se les empezó a llamar asesinos de banda organizada, ya se establecieron con nitidez los dos lados de la raya: de aquí para allá, la gente normal; más allá, los matarifes. Excuso recordar el lapso temporal de cierto presidente a quien nadie le puede decir lo que debe o no beber.

Las velitas, los lacitos en Twiter y las florecitas son poco eficaces, excepto para las floristerías y la conciencia simple. El lenguaje inequívoco puede ser el primer paso para salir airosos de esta nueva batalla. No creo que pase nada por decir que un zumbado se ha metido en un tren o en un mercadillo con un hacha dando gritos. Noticia de fondo, de relleno si cabe. Es la pura verdad. Y les quitamos soldados ficticios a esos otros trastornados que desde púlpitos y videoclips alientan a la guerra suicida.

Estos, como están un poco menos pirados, suelen preferir el sacrificio de los demás, claro.

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