Morir diciendo misa
Durante la santa misa, como mueren los mejores, entre voces, forcejeos y empujones, el padre Jacques Hamel, un anciano sacerdote, ha sido degollado a manos de dos terroristas de Isis.
El padre Hamel era un sacerdote de 86 años que, una vez jubilado, decidió quedarse en su antigua parroquia, dada la escasez de sacerdotes. Parece un hombre sencillo, curtido por los años, también por la vida de cada día, y seguro que por el amor de Dios. Y como todos los que se dan a los demás, había acercado, tantas veces, la ternura de Dios a sus feligreses de Saint Etienne de Rouvray.
Subtítulo: Un dolor que no se entiende
Lo han degollado en su iglesia, y hasta el Papa se ha hecho eco de la noticia. Y los periódicos nos han traído a casa otro dolor que no se entiende. Cuando entiendes un dolor, se vuelve ya medio dolor. Lo grave son estos actos terroristas que le entran a uno en la cabeza y que se quedan clavados dentro, por absurdos. Y me pregunto: ¿a quién hería la vida de un sencillo cura de pueblo?
Si la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, ¿no será semilla de nuevos sacerdotes esta sangre del padre Hamel? Y es que, como dice el viejo texto de San Pablo, "ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principales, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna"... podrán impedir que alguien siga dando su vida por amor de Cristo.
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