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El alto coste de una sonrisa

16 de Agosto del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Para una economía familiar mediana o frágil, el sablazo de un dentista puede llegar a ser una gran pesadilla. No hay mayor drama en esta vida que tener hambre y no tener dientes con los que enfrentarse a un pedazo de pan. Ir por el mundo con la sonrisa puesta se ha convertido en un verdadero lujo, un privilegio infravalorado por quienes tienen a su favor el componente hereditario o el factor económico.

En una sociedad afectada por la imagen, la dentadura se ha convertido en un evidente símbolo de estatus económico, en un elemento más sobre el que establecer las clases sociales. Si uno es pobre, pero ha recibido una buena herencia genética dental, dispone de un verdadero tesoro. Si no, estará condenado a penar y a endeudarse hasta las cejas para gozar de algo que debiera de estar al alcance de cualquiera. En otros tiempos, la gente moría cuando se le caían los dientes, y ese mal era común a todos los mortales. Pero actualmente todo ello depende del estado del bolsillo de cada uno.

Hoy día no hay niño al que no se le recomienden frecuentes visitas al dentista (me dan escalofríos de pensar en una familia numerosa), ni anciano que no sueñe con restauraciones, soportes y hasta implantes que le hagan la vida más fácil. Lástima que ningún gobernante se haya decidido a regular las tarifas de los profesionales (según la ciudad o pueblo donde residan, puede haber gran diferencia en los precios) y da mucha pena pensar que la Seguridad Social, capaz de financiar trasplantes y operaciones a corazón abierto, aún no se haya planteado incluir la salud dental como parte fundamental de una cartera de servicios que permitiría prevenir, al propio tiempo, males mayores.

Cuántas infecciones, neuralgias, incluso dolencias cardiovasculares tienen su origen en la boca. Si la cosa se pone fea, siempre cabe la posibilidad de que te saquen el diente conflictivo gratis. Eso sí lo cubre la Seguridad Social. Pero otra cosa es intentar conservar la pieza propia en su sitio o poner una nueva donde haya hueco.

Por encima de las ayudas sociales que ofertan algunas entidades dentales privadas o de los tratamientos infantiles del seguro, claramente insuficientes, desde que empezó la crisis, muchas familias y, en concreto, muchos pensionistas cuyo sueño no es otro que poder masticar lo que comen y reír sin tener que taparse la boca, se han visto obligados a encomendar su sonrisa al diablo que se la arregle más barato.

Visto lo visto, considero que sonreír no debiera de ser tan caro e inaccesible para algunos desfavorecidos por la fortuna. A ver si hay suerte con el nuevo Gobierno que parece que viene.

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