La asexualidad
Pocas veces hay noticias singulares, como la difundida hace unos días sobre la asexualidad. No sentir deseo sexual es un hecho muy llamativo: frente al asedio constante que se ejerce sobre las personas con dominio y sutileza desde lo individual y lo mediático, esto tiene calado. Sabemos que el sexo es un tema recurrente, y, por ello, a menudo se convierte en algo frívolo.
En primer lugar, me parece interesante la escala que el sexólogo Kinsey estableció a mediados del siglo XX para estudiar la intensidad del deseo. La fundación en España de ACE al calor de AVEN ha generado reflexiones como esta: "Las personas asexuales están dando los primeros pasos hacia la formación de una identidad y también hacia la construcción de un movimiento social". Otro comentario que resalto es este: "Vamos a reivindicar el derecho a no tener sexo. La asexualidad es la pieza que faltaba para completar el puzzle".
Subrayan los expertos que la falta de apetito sexual o asexualidad no se debe confundir con la abstinencia o el celibato. Cada vez hay más personas en el mundo que son conscientes de su naturaleza: un uno por ciento de la población mundial se reconoce asexual. Vivimos en una época donde todavía faltan ideas claras y maduras que rompan mitos y abran horizontes. Ya hemos trascendido tiempos y mentalidades cuadriculados donde el sexo poseía una terrible carga ética y moral, tanto por exceso como por defecto, por presencia o ausencia.
No obstante, reconozco que la reivindicación debe ser moderada sin caer en lo fanático y lo sensacionalista, de la misma manera que un no fumador o un abstemio forman parte de la sociedad, que sabe valorarlos por no propiciar riesgos para la salud y ruinas para el bolsillo. En síntesis, de la asexualidad me quedo con un mensaje audaz: decir y practicar algo tan natural y respetable que será un espejo donde otras personas también se verán reflejadas.
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