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Error en la tesorería de la Seguridad Social

2 de Diciembre del 2009 - Alejandro Fernández Ludeña (Gijón)

En ocasiones una muestra pudiera ayudar a desvelar el verdadero espíritu de una institución y sus guardianes. Es por ello que me animo a compartir con los lectores una experiencia individual que bien podría ser útil a la colectividad. Allá voy. Habiendo sido apercibido por la Tesorería de la Seguridad Social sobre un recibo no pagado de mi cuota de autónomo acudí inmediatamente a sus dependencias de Premio Real en Gijón. Se me informó de que adeudaba ocho meses y que mi pago no estaba domiciliado desde abril. Corrí hacia mi agencia bancaria con uñas afiladas. Al comprobar que mi cuota sigue domiciliada en el banco que escogí recuperé el aliento y me apresté de nuevo a la Tesorería, con esa sonrisa que se nos dibuja cuando un error advertido puede ser fácilmente subsanable. Ha sido una equivocación, le dije ufano a la funcionaria; lo que ocurre es que alguien de esta Tesorería debió de traspapelar mi domiciliación. Tras consultar la pantalla, la empleada se ausentó por unos minutos y regresó con el jefe de sección. Éste me aclaró que no estábamos ante un error sino ante un horror, aquel al que nos someten las computadoras en nuestro tiempo. Ahí es nada Kafka, pensé. Se me comunicó que hubo un traslado del domicilio de mi cuota de un banco a otro, quien obviamente se negó a pagar lo que no le correspondía. Un traslado, murmuré. ¿Sin mi firma?, me apresté a preguntar. En fin, ingenuamente, pensé entonces que el recargo me sería anulado. Al fin y al cabo, yo no di ninguna orden para cambiar de banco. Si hubiera usted venido antes, quizá lo consideraríamos, me dijo el cabecilla del Tesoro, pero tras ocho meses. Para quienes no tenemos la insana costumbre de rastrear mes a mes nuestras cuentas, ávidos de saber cómo evoluciona nuestra improbable fortuna, no resulta sencillo enterarnos de que la Tesorería ha resuelto graciosamente cambiar el destino de sus providencias. Pero esas reflexiones no hicieron mella en mi interlocutor, quien me conminó a pagar 250 euros de recargo cuanto antes y evitar así que la multa aumentase; porque, al fin y al cabo, me explicó, la responsabilidad de que el dinero llegue incólume del banco hasta la hacienda pública es solamente de uno. No puede ser, pensé, mientras buscaba de reojo una cámara oculta, ¿será para un programa de la tele? No había más luces tras bambalinas que las del ávido recaudador. Tras pagar religiosamente todas mis deudas con sus respectivos recargos he entregado una carta a estos supuestos servidores públicos solicitando me sea devuelto el extra que tuve que desembolsar, como consecuencia únicamente de que alguien se equivocó al teclear, otro alguien entendió que no era su trabajo preguntarse por qué la cuota venía devuelta y otro alguien le pareció poco profesional quitarme un recargo nacido de la negligencia de su equipo. Toda una lección de ciudadanía. Alguna esperanza tengo en que me respondan, pero confieso que no muchas. Se me prometió que se pondrían en contacto inmediatamente con la entidad bancaria para tratar de averiguar qué pasó, pero no lo han hecho; sospecho que ellos, como yo, saben que el error es intramuros. Por lo demás, ya he visto hasta dónde puede llegar la majadería cuando se disfraza de absurda legalidad y falso celo recaudador. Así que tan sólo me queda el derecho al pataleo y la advertencia para mis conciudadanos: cuidado con estos representantes del Leviatán administrativo; antes que reconocer que son falibles prefieren meter la mano en la cartera del contribuyente.

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