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La caza del minero está de moda

14 de Agosto del 2016 - José Viñas García (Oviedo)

Con esto de Villa, muchos se unen a la devaluación y desprecio a una profesión antaño querida y respetada como no podría ser de otro modo, ya que sólo quien la conoce no se le ocurre disminuir semejante dedicación. Pero Villa, al descubrírsele ese dinero en la amnistía fiscal, no se enteraba de que era sólo para los amiguitos de Montoro, que a los demás los desenmascararían enseguida, como así podemos comprobar. ¡Qué daño te hiciste, Villa! ¡Qué daño has causado a la familia minera, Villa! ¿Cómo has podido caer tan bajo?

Está claro que los babosos se aprovechan de que el Pisuerga pasa por Valladolid para echar contra los trabajadores más envidiados de Asturias. Son envidiados por su prejubilación y jubilaciones, no lo eran tanto cuando había que estar para conseguirlas 20 o 30 años bajo tierra.

Qué poco saben los que critican: el esfuerzo, el miedo, lo penoso, insalubre y las noches sin dormir de quien cada día tenía que entrar a picar carbón. Niveladuras que metían pavor, martillo que pesaba como una losa, rajolas y costeros que amenazaban con aplastarte en cada instante, grisú que te retaba y atemorizaba, mampostas como postes de la luz de madera o hierro; trabajar en sitios donde no te cogía la cabeza, agua fría que te entraba por el cuello y bajaba por todo tu cuerpo hasta llenarte los calcetines y las botas de un barro pegajoso y molesto como nadie sabe (durante siete horas seguidas, un día sí y otro también); ruidos, olores y sabores por doquier; siempre colgados como pájaros en lugares que, si estuvieran a la luz del día, la mayoría no estaría porque la caída es en muchos casos de más de 100 metros, etcétera. Eso, un día y otro, y años.

El picador, durante su jornada laboral, no paraba para fumar el pitillo, tampoco para ir a tomar un café en la cafetería de enfrente, el único descanso era aparcar el martillo para coger hacha, pala o pico; el sudor era a jornada completa, los golpes estaban a la orden del día, el polvo que subía mezclado con el aire se convertía en balines directos a los ojos, todo ello con la certeza de que el peligro acechaba en cada instante, no sólo dependía de tu trabajo seguro, es que existían factores que no controlaba el trabajador al 100 por ciento.

¡Hay que tener un cuajo especial para envidiar las prejubilaciones y jubilaciones de estos trabajadores!

Algunos que se dicen mineros y que conocen la mina sólo han pasado por ella de resbalón o en un mismo pozo sin conocer muchos otros donde las características, sistemas de explotación o dificultad eran bien diferentes. Incluso los hay que, como Villa, han estado liberados más años que los que hubieran trabajado. Sólo algunos de estos pueden menospreciar y desprestigiar la labor del minero.

Mineros, no se sientan aludidos por críticas aprovechadas, cargadas de envidia y rencor absurdo. Los que conocen la mina y su trabajo les tienen en consideración; el resto sólo puede hablar bajo prismas de apetencia personal frustrada.

Un abrazo inmenso a todos los mineros.

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