Osadía clerical

2 de Septiembre del 2016 - Rafael J. Canellada Llavona (Madrid)

Leo en LNE del pasado 26 de junio un artículo del padre Jorge Fernández Sangrador, –lo de padre es porque en la foto aparece con alzacuellos– que, si no me sorprende por defender lo suyo, su negocio, sí lo hace por la enrevesada y artera manera de hacerlo. El sacerdote articulista intenta –que no consigue– rebatir la opinión del Nobel de Física 1979, Sheldon Lee Glashow, cuando asegura en una entrevista, en el transcurso de su reciente visita a Madrid, que "la religión ha tenido un impacto muy negativo para la humanidad". Bien, pues deja muy claro el clérigo que no comparte su opinión, cosa bastante congruente, teniendo en cuenta que se trata de su oficio, pero no se limita a ello, sino que contraataca y lo hace ni más ni menos que con aquello tan utilizado en política hoy día del "y tú más". Y para ello no se le ocurre más que sacar a relucir las atrocidades de aquellos monstruos con carrera de Medicina que se dedicaron a utilizar de conejillos de Indias a los internos de los campos de exterminio del Tercer Reich, anotándole tan macabras hazañas a la ciencia en general. Pero no queda ahí la pirueta mental del religioso, sino que acusa directamente a Albert Einstein de la masacre de Hiroshima, pues, según él, "hizo uso de su gran prestigio intelectual para tratar de influir en Roosevelt, a fin de que éste autorizase la fabricación de la bomba atómica", y ufano de estar en posesión de esta pareja de despropósitos lanza el órdago de que la ciencia "no siempre ha procurado el bien de sus semejantes". En fin, rebatir argumentos tan escuálidos podría parecer más un linchamiento que un ejercicio sano de civilizada disputa, que es de lo que las personas de bien sacan provecho. Además, no creo que sea necesario recordarle al presbítero, porque intuyo que sus luces son sobradas para llegar a tal conclusión por sí solo, que resulta sencillamente irrisorio comparar las prácticas inhumanas de unos cuantos locos fanáticos, a los que la ciencia, sin duda, había dado permiso para actuar únicamente de acuerdo con el juramento hipocrático, con el terror y el crimen sádico y sistemático en nombre de un dios impuesto desde Roma, que imperó trescientos años en este país oficialmente y algún siglo más antes en el resto de Europa. Y saltar de que Einstein fuese uno de los descubridores del inmenso poder de la energía atómica a hacerle culpable de su utilización en la guerra contra Japón ésa sí es una pirueta tendenciosa –como decía, supongo que sin creer en sus propios argumentos– destinada a intentar defender lo indefendible, en vez de a un razonamiento sano y ecuánime. Y como el pastor está tan convencido de la maldad de la ciencia como este que escribe de la práctica religiosa a través de los tiempos, se me ocurre proponerle que ambos prescindamos de aquello que no nos merece confianza. Yo me abstendré de buscar alivio en jaculatorias y penitencias, y él que prescinda, pongamos por caso, del Ibuprofeno; y no dirá el tonsurado que no estoy siendo generoso.

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