Burkini fashion

7 de Septiembre del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Qué dos horribles palabros.

Realmente resulta delicado expresarse sobre algunos temas. Porque, si no se está muy acertado, puede uno aparecer como lo que no es. Yo me considero abierto y flexible, por encima de la media, aunque empiezo a odiar la palabra tolerancia, esa criptonita que zanja cualquier discrepancia. Hemos llegado a un extremo en el que un matiz o reflexión sobre lo imperante le convierte a uno en un sectario intransigente.

A mi me gustaría que cualquiera se pudiera bañar en el mar como le venga en gana, en bermudas o con un chándal del Sporting, un suponer, y no seré yo quien diga lo que es o no saludable, ya se sabe que la sarna con gusto no pica. Sin embargo el asunto del burkini merece desguace filosófico aparte. Convengamos que el valor especifico de algo puede ser apreciado como una emoción compartida, por ejemplo, la Torre Eiffel no se percibe como una estructura de acero sino como el símbolo de toda una nación, con su egalité, su fraternité, su museo del Louvre y sus explosiones nucleares en el Pacifico.

Esa es la cuestión de fondo que afecta al tema de esa prenda. No se trata de un ejercicio de libertad desde el punto de vista de la cultura occidental, sino de un desafío, es como decir, me voy a bañar así por narices, para mostrar que soy parte de una cultura que somete hasta este punto a las mujeres. En sociología se estima que el orden de lo que acontece más el orden normativo da como resultado el orden social. Es decir, las leyes más las costumbres. El orden social en cualquier agrupación humana por modesta que sea dimana de este equilibrio de manera que quienes conforman esa sociedad están en su derecho a opinar sobre lo que les conviene o compensa, aunque se equivoquen.

Estas mujeres pueden ejercer su libertad de bañarse tapadas hasta las cejas en unos cuantos países, por ejemplo en el Golfo Pérsico, sin embargo en esta parte del mundo el camino hacia la aún inestable igualdad se expresa entre otras formas con bikinis y tangas, un decir. En España, por ejemplo, el mero avance social despojó del luto a las mujeres, esa mortaja en vida que vestía, por decir algo, a la mayoría de las féminas hace unas pocas décadas, que las cargaba con el peso emocional del duelo mientras los hombres jugaban la partida en el bar tomando copazos de sol y sombra. Hay muchas libertades por conquistar y la tolerancia o condescendencia hacia una manifestación del sometimiento estancado, del atraso, de la servidumbre de un género hacia otro no es edificante, o eso creemos muchos en esta región del planeta. ¿Aceptaríamos a día de hoy que los judíos volvieran a ser obligados a exhibir estrellas? ¿Qué los niños negros entraran en las aulas por la puerta de atrás? Ojo, no estamos tratando de una costumbre pintoresca como algunos bienintencionados pretenden, es un torpedo a la línea de flotación de una manera de entender que aquí se considera aberrante.

Quizás se trate de eso, del presentimiento que por aquí provoca ese desafío del burkini. Por cierto, que algún modisto famoso occidental haya estado raudo para diseñarlos no les convierte en tolerantes y respetuosos, no confundir, es una mera estrategia comercial, sin medición de las consecuencias, igual que cuando tienen a niños esclavos cosiendo o se despreocupan por el impacto ambiental de sus inventos.

Soy de los que se ponen en guardia cuando una sombra aparece para recortar conquistas: la ley mordaza, lo políticamente correcto, la autocensura el asunto de la penetración religiones y costumbres antediluvianas entra en esa esfera, cómo si no tuviéramos ya bastante con lo de siempre. Ya que se trata de un tema de libertades parece razonable que la libertad de los europeos sea ejercida quitando de en medio ese insulto a la mujer y por tanto a la libertad.

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