Cultura general

2 de Septiembre del 2016 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Hoy las redes del entretenimiento difunden parcelitas de "cultura". Nunca supimos en puridad lo que era esto, pero intuíamos que guardaba relación con un anhelo de trascendencia; una búsqueda de lo mejor y más noble de la persona, un autocultivo integral de la sensibilidad e inteligencia que nos hiciera más universales, tomando partido por lo más cercano. Bajo la espada de Damocles, amenazando siempre con tildarnos de "exquisitos petimetres pedantescos" o idealistas fuera de una realidad más que prosaica, adocenada; explotadora comercialmente de todo lo facilón, hortera y agresivamente ubicuo. La cultura era la luz, el "Bildung" goethiano, la formación del carácter no exenta nunca de un romanticismo de corte Stendhaliano o Byroniano, una sentimentalidad libresca algo viajada, ubérrima en representaciones de todos los mundos que en éste habitan. Una espiritualidad un tanto alternativa a credos oficiales y mandatos masivos, "progre" no desnaturalizada. Venidos de ambientes de esfuerzos y trabajos, la cultura se aparecía como diosa de las

oportunidades, pórtico de un nuevo mundo mucho más grato y embellecedor. Se puede caer en la "sublime ridiculez", pero creo que hoy han triunfado plenamente los aspectos de usar y tirar del "hombre unidimensional" que denunciara un tal Marcuse, siendo lo universal adulterado por versiones reduccionistas muy identitarias, segmentos de consumidores o visiones feministas holísticas que claman justamente contra las barbaries ejercidas y situaciones de dominación, pero que derivan en extremismos de nichos de poder grupal a la defensiva. Son los principios del Patrimonio de la UNESCO los que nos unen a todas y todos, si es que nos interesan la belleza, el diálogo intercultural, las artes, los monumentos, las conquistas del intelecto y la sensibilidad por encima de toda barrera o frontera. Frente al feísmo, el comercialismo desaforado, la crítica demoledora y el insularismo o las subculturas, siempre nos quedará el cultivo personal, el deleite estético clásico, la identificación de la lectura con la libertad más allá de una realidad de trampantojos; las sendas cada vez menos transitadas del no seguimiento ciego de modas, consignas ideológicas o productos ofensivos de ínfima calidad. Porque se trataba de intentar hacernos mejores. La cultura siempre es síntesis de temática popular y elaboración costosa. Tampoco teñida de pesadez o hierática solemnidad fantasmal, puede y debe ser democrática, abridora de nuevos horizontes.

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