La corrupción y la honradez
Se veía venir. Los profetas, que no eran profetas, comenzaron a tartamudear: corrupción, corrupto; honradez, honrado. Conceptos todos ellos utilizados como argumentos "ad hominem", es decir, contra alguien a quien "per se" se quiere condenar.
Siglo XXI, agosto 2016, el G2 (PP y C,s) pronostica un cambio de tendencia e intenta la modificación del concepto "corrupción": corrupción política. La honradez, cualidad humana que enriquece la convivencia, pasa a segundo plano, convirtiendo la política en moralidades "ad hominen".
De moralistas está llena la historia. De las normas morales de los moralistas está lleno el infierno. De los juicios moralistas, adiestrados, está llena la Santa Inquisición. Recuerden los modernos profetas, redentores sin corona de espinas, que la Santa Inquisición fue, "mutatis mutandis", el sistema fácil y bien pagado de condenar todo aquello que ellos, jueces a dedo, no comprendían.
La Real Academia de la Lengua recibirá el correspondiente comunicado. A partir de ya, la corrupción será política, simplemente política, cuando cualquier voz inquisitorial levante la mano y señale a la víctima.
La hipocresía política, que, entre elegir cambiar de barco o lanzar al mar al capitán, prefiere esto último porque el barco (la economía empresarial) les mataría de hambre.
El nuevo concepto de corrupción política convierte en culpable al que pide y absuelve al que da o, lo que es lo mismo, se sirve del donante para defenestrar al receptor.
A partir de ahora, según el G2, robar tendrá dos categorías: la política y la personal. La riqueza injustificada será condenada si es política; si es personal, puede seguir en los estrados de cualquier Parlamento.
La honradez ha desaparecido del vocabulario político. A partir de ya, la honradez se exigirá a la juventud emprendedora; a los políticos sólo se les pedirá presentar un currículum de "no corrupción política".
Dios creó un mundo donde la honradez personal y la integridad moral deberían ser los cimientos para su desarrollo. Vino el G2 y, endiosado, creó la corrupción política.
¡Vaya semanita de trabajo! o ¡de partida de póquer!
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