Sobre el voluntariado
Con esta carta quiero ofrecer un pequeño homenaje a todas aquellas personas que dedican un momento de su tiempo al voluntariado, en especial a mi abuela. Desde siempre la he visto ocuparse no sólo de todos nosotros, de su familia, sino también de los que la rodean, la he visto regalar su tiempo, sus oídos, su comprensión, sus mejores palabras. La he visto estar ahí, siempre, para todos.
Los voluntarios son esas personas que dan, y en contra de lo que mucha gente piensa, ni piden ni reciben nada a cambio. Se vuelcan por completo buscando, tan sólo, ofrecer un sentimiento de igualdad, de calidez, de ánimo, de sentirse valorado, de que, pese a todo, alguien te ayuda. Son personas demasiado valiosas en este tiempo en que el ánimo de lucro es nuestro motor y nos movemos por interés y no por gratitud. No podemos permitirnos perder ese valor social del que disponemos, esos voluntarios cuya única recompensa es una mirada de gratitud de una anciana que está, así, un poco menos sola o la satisfacción en el rostro de los que son menos privilegiados por una sopa caliente o un jersey para el invierno. Pequeñas cosas. Insignificantes detalles que no valoramos pero que para los voluntarios son razón suficiente para, mañana, volver.
Yo sé que a mi abuela no le gusta que se ensalce esta dedicación porque considera que se pierde con ello la esencia de su labor, que sus actos desinteresados pasarían a ser acciones donde primase su interés de ser reconocida. Nada más lejos de la realidad. Como ella dice: Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.
Supongo que es la pasta de la que está hecho el voluntariado.
Algunos creen que los voluntarios usurpan puestos de trabajo, pero eso no es así, ellos hacen lo que no se hace a cambio de un sueldo: sonreír, escuchar, aceptar, consolar, regalarse... aunque estén cansados, aunque se haya acabado su horario laboral, aunque tengan sus propios problemas. No son muchos, no son suficientes, pero son únicos e imprescindibles.
Paula Bernardo García
Oviedo
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