Revuelto de poderes
El filibusterismo parlamentario al que todos los grupos de la Cámara, excepción hecha de su socio blanqueador C´s y la única diputada de CC, someten la investidura de Mariano Rajoy, es síntoma evidente de que algo en la acción y formas de hacer política deben cambiar. Una mayoría ciudadana lo dejó claro en su paso por las urnas. Quince millones de personas (casi el doble que el partido más votado) claman por hacer de la política un servicio social y no un refugio de asalariados privilegiados cuya única competencia es el engaño, la mentira y la tergiversación. Esto, sin entrar a valorar la dimensión delictiva de no pocos episodios protagonizados por representantes públicos.
El negacionismo practicado por el Partido Popular sobre sus malas artes políticas y el discurso del terror, se lo compraron ocho millones de votantes. Personas, unas, que, a buen seguro y no en número electoralmente determinante, hacen del voto defensa de sus intereses patrimoniales y privilegios laborales. En definitiva, tutelan la conservación de un estatus bastante alejado del común. En cambio otras, menos informadas por la diversidad de medios, consumen argumentos catastrofistas contra el cambio de signo político, que emanan de fuentes mediáticas próximas al poder. En el tercer grupo se aglutinan afiliados, colindantes y, en mayor medida, extravagantes ideológicos con pretensiones económicas. Dejo para finalizar el tradicionalismo familiar que, en muchos casos, provienen de la dictadura franquista. En esta tipología social inquebrantable y en la, todavía asumible, abstención electoral, basa su poderío electivo el PP.
Una fuerza política encausada globalmente, donde su líder aparece en los apuntes contables de Luis Bárcenas como perceptor de sobresueldos sucios por cantidad superior a los trescientos mil euros, que hace desaparecer pruebas incriminatorias y se encuentra inhabilitada para corregir estas prácticas defraudatorias del erario sin caer en la autodestrucción, no es un buen compañero de viaje para casi nadie con criterio político a futuro. Las prisas no son buenas consejeras para casi nada en la vida y si algo tiene valor en un político es el control de los tiempos, sin incurrir en el marianismo inactivo y pestilente. Es precisamente la paciencia una condición escasa en los políticos emergentes, como demuestran hechos recientes. Aunque, en el caso de C´s y su líder, las urgencias vengan motivadas por la contribución debida a la causa del poder económico que lo aupó al estrellato de lo público, como ponen de manifiesto los excesos que le dedica Felipe González y el apoyo mediático propiciado por Juan Luis Cebrián; ambos, defensores a ultranza de los intereses, que también les son propios, del IBEX35. En definitiva: un poder político corrupto al servicio de cierto poder económico corruptor, sin grandes costes dimisionarios, la manipulación ventajista de algunos resortes del Estado, por parte del poder ejecutivo, y la intransigencia de unos contra otros en el espacio público nacional, favorecida por cuatro años de ejercicio legislativo cerrado al diálogo, son las causas que nos han llevado a esta situación de difícil compostura. Mariano Rajoy y su arriesgada y enfermiza disposición al dontancredismo, en cuanto a política territorial se refiere, cierran el cuadro fatal.
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