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Alcohol, menores y paternidad responsable

2 de Diciembre del 2009 - Ana María Fernández Álvarez (Oviedo)

Tengo un hijo de 15 años. Recientemente, un viernes le sirvieron su primer ¿combinado? en un bar de la calle Rosal. De vuelta a casa desde el Auditorio, su amigo, de 14 años, pero con más experiencia en bares permisivos le invita en uno de sonoro nombre polisílabo a un cachi (asociación de vino, refresco y destilados varios, cero). La parada fue breve, pues el retraso en llegar fueron unos 15 minutos de su horario habitual. Cuando llega percibo una euforia excesiva y como la halitosis le delata en seguida canta (el nombre del generoso amigo tardó un par de horas en salir). Él conocía que en Asturias está prohibido beber antes de los 16 años, y en esta casa antes de los 18 (esa fue la norma que aplicamos con mi hija mayor) así que el castigo, severo, lo asumió sin protestas.

Pero, ¿qué pasa con el local que sirve alcohol a dos menores sin pedirles el DNI, ambos lo llevaban en el bolsillo? Siento tanta indignación que pienso: ¡Vamos a denunciar ahora mismo! Necesito una prueba de la ingesta de alcohol, ¿dónde le hago, a las 10 de la noche? Hablo con la Policía Local (no hace pruebas de alcoholemia a menos que haya implicación en un accidente de tráfico o similar), el SAMU (muchas gracias por su interés) me ofrece una solución border line: el Servicio de urgencias, dentro de la atención por intoxicación etílica, realiza la determinación de alcohol en sangre. Esto me crea mala conciencia, afortunadamente el chaval no necesita atención urgente, sólo dormir; me parece un abuso sobre urgencias que ya tiene bastante presión, así que antes de ir vuelvo a hablar con ambas policías, nacional y local, sobre la posibilidad de que salga adelante esta denuncia. La atención, estupenda; el resultado, descorazonador: me hacen ver la dificultad de que prospere si no hay una testifical sólida. (Acreditado que bebió, es preciso demostrar que fue en un local público, mediante la compra y pago personal de la consumición). Mi único testigo es el otro niño, que también había bebido; además, no pude hablar con sus padres para comentarlo, por lo que vistas las pocas posibilidades de éxito opté por no denunciar. La Policía me contó las dificultades para levantarles expediente, aun siendo conocedores de estas actividades; de los cócteles destructivos que les preparan (absenta con Licor 43, por ejemplo), ya imagino que no es fácil camuflar un policía en un bar de adolescentes para levantar acta, y aun así cuando se les sanciona con multas importantes sigue saliéndoles barato pagarlas frente a los pingües beneficios que obtienen con un público tan poco exigente como éste (6 euros les sacaron a estos dos pipiolos en 5 minutos).

¿Y por qué pasa esto? Por muchas prohibiciones que yo imponga en casa, todo está en contra. Puedo confiar en que si a mi hijo, por mucha curiosidad que le produzca la edad, le apetece disparar una escopeta o alquilar una moto o un coche, en la armería o la empresa de automóviles le van a exigir la documentación que acredite su edad, y la licencia para esos usos, aunque tenga el dinero para este consumo. ¿Por qué le facilitan acceso al alcohol, un arma peligrosa siempre para él, y en ocasiones para las personas y bienes ajenos, sin comprobar su edad?

Aún más; es cierto que dentro de tres meses cumple 16 años, y podrá consumir alcohol legalmente; independientemente de que yo no esté de acuerdo. Tengo que firmar mi consentimiento para que le extraigan una muela o para que salga de excursión con el colegio, pero no para que beba, porque nuestros políticos no se atreven a prohibirlo si no hay consenso de todos los grupos. Claro; son posibles votantes al cabo de uno o dos años y reaccionarían en contra del partido que se atreviese a tal. Mi hija estuvo este verano en Canadá y allí no se puede ni entrar en los bares con menos de 19 años, y Canadá no es un país sospechoso de conculcar los derechos de los ciudadanos. Eso sí, si mi hijo bebe, y embriagado destroza mobiliario o lesiona a alguien (cosas bastantes frecuentes en ese estado) yo debo asumir la responsabilidad civil sobre mi sueldo y mi patrimonio, porque él es menor. Pues que lo sea para todo, si yo le prohibo beber ¿por qué se lo permite el Estado? Es cierto que ellos pueden buscar alternativas (los carnés falsificados para entrar en algunos locales...), pero saben que los hay estrictos y permisivos, porque hay hosteleros que seleccionan clientes con proyección de futuro, otros se quedan en el beneficio inmediato. A la Administración compete vigilar que todos cumplan con la legalidad.

Últimamente es frecuente oír acusaciones sobre la poca implicación de los padres en la educación de los jóvenes, quizás en algunos casos, pero la mayoría estamos sin recursos; creo que también nosotros debíamos reivindicar el status de autoridad sobre nuestros hijos, que los consejos y el diálogo están muy bien pero a veces hay que recordarles quién manda en casa (¿quién manda?).

Sólo espero que mi hijo, castigado sin salir los próximos tres meses, aprenda algo (es buena persona, estudioso, yo sé que a veces hay que ser un héroe para ir contra corriente), y que no me denuncie por trato degradante o algo así, que igual lo ganaba y me privaban de su custodia unos meses, y es que ser padres hoy es una profesión de riesgo: reuniones en el colegio, escuelas de padres, terapias en psicólogos, terapeutas... y el producto nos sale fatal: los resultados académicos horribles (véase informe Pisa), malnutridos (disminuye la esperanza de vida), y a veces son gamberros y atacan comisarías en las fiestas patronales. ¿Tendrá algo que ver un sistema educativo errático, uno por legislatura, una publicidad agresiva de comida basura y bebidas energético-calóricas, la tolerancia de los ayuntamientos con los botellones y venta de alcohol a menores, los modelos mediáticos exitosos de futbolistas, cantantes y otras cosas?

No, seguro que somos los padres, que no somos capaces de educar en contra del sistema...

Ana María Fernández Álvarez, Oviedo

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