La Nueva España » Cartas de los lectores » Los políticos que más se nos parecen

Los políticos que más se nos parecen

14 de Septiembre del 2016 - Luciano Hevia Noriega (Arriondas)

No descubro la pólvora si digo que percibo una justificada y generalizada animosidad contra la clase política nacional, en absoluto reciente, pero sí más acusada ante la manifiesta incapacidad demostrada para alcanzar unos mínimos acuerdos poselectorales conducentes a la conformación de un Gobierno y a evitar las tan indeseadas elecciones navideñas.

Suscribiendo las líneas generales de un hartazgo, en mi caso ya existente incluso cuando las investiduras eran un mero trámite, no es menos cierto que no participo de los corifeos indignados que sitúan toda la responsabilidad sobre el estamento político, excluyendo de cuota alguna de participación en tan ridícula situación al común de la ciudadanía, que se alzaría así sobre una atalaya moral respecto a sus gobernantes.

Es indudable que estamos ante un planteamiento reconfortante y ampliamente extendido, una especie de bálsamo de Fierabrás que focaliza sobre otros todo lo vituperable, eximiéndonos de culpa en el desaguisado, como si para llegar a la situación en que nos hallamos no hubiéramos sido colaboradores necesarios. Porque, ¿quién ha emitido los votos que han propiciado el escenario actual? Ejerciendo nuestro legítimo derecho electoral en la forma y proporción que estimamos oportuna, en junio hemos abocado a los partidos a una trampa saducea por la cual tanto si respetan la palabra dada como si la vulneran (tal es el caso de C's, que ahora traga con Rajoy como candidato presidencial), se encontrarán con una masiva incomprensión por parte de propios y extraños.

Y así llegamos a una situación como la actual, donde la suma de PP + C's no arroja el resultado requerido, obligando a que otros actores en liza se sumen al acuerdo, bien por afirmación o bien mediante abstención. Pero, claro está, entre estos no pueden encontrarse, por motivos obvios (o no), ni separatistas, cuyo objetivo último sea disolver la indisoluble unidad nacional (o dividir la indivisible, que tanto monta), ni peligrosos antisistema a sueldo del (bol)chavismo internacional. Por esto todos los ojos se posan, como ocurría con los más guapos/as en los guateques, sobre el PSOE.

Ignoro, dado que ni simpatizo, ni milito, ni voto a este partido (y, por tanto, no participo en sus órganos de decisión), cuáles son las razones últimas de su empecinamiento en el no, más allá de las que ellos mismos hacen públicas (que me las creo tanto como las que no explican, pero propagan los medios de comunicación, o sea, nada). No niego mi relativa sorpresa, derivada de la sintonía demostrada con el PP en la forma de gobernar cuando han tenido oportunidad de hacerlo, pero igualmente reconozco su legitimidad para comportarse como les plazca, teniendo que rendir cuentas únicamente ante sus votantes.

Así que si la situación final es de ingobernabilidad y da como resultante unas nuevas elecciones (lo que está por ver), no será por culpa (únicamente) de nuestra justamente denostada clase política, sino también de las opciones que los electores hemos escogido y la cantidad en la que las hemos escogido. En nuestro país no es investido presidente quien gana las elecciones por simple número de votos, sino quien recaba los apoyos mayoritarios para ello. Y esa ley lleva vigente unos cuantos añitos. Y muchas veces se pidió que se modificara para hacerla más proporcional. Y siempre se negaron a ello los mismos. Y algunos de esos mismos son los que ahora, porque ya no responde a sus intereses, se quejan amargamente. Pues, ajo y agua.

Además de por las razones, mayormente estadísticas, anteriormente esgrimidas, hay otras por las que creo que no es honesto achacarle a la clase política el monopolio de todos nuestros males. Y algunas de ellas tienen que ver con la capacidad de observación que, afortunadamente, aún no he perdido del todo: miro a mi alrededor, por ejemplo en las empresas en las que he trabajado, y no veo que mayoritariamente los compañeros prioricen o antepongan alegremente los intereses colectivos sobre los suyos propios, ni que renuncien a privilegios sospechosamente adquiridos en pro del beneficio de todos, ni que salten como Fuenteovejuna a defender a otros de los ataques injustos. Más bien lo que suelo ver es el encastillamiento en posiciones personales o corporativas, y a los demás, que les den. Y mucho preguntar "¿qué hay de lo mío?". ¿Por qué nuestros representantes habrían de comportarse de una manera distinta?

No me atrevo a asegurar, como el reaccionario De Maistre, que tengamos los gobernantes que nos merecemos, pero sí coincido con Malraux en que tenemos los que más se nos parecen. Nuestra autocomplacencia ciudadana por depositar en tejado ajeno la totalidad de las irresponsabilidades denota, a mi juicio, una falta de madurez y de asunción de las consecuencias de nuestros actos y me recuerda vagamente el cinismo del prefecto Renault en "Casablanca", cuando vociferaba vehementemente aquello de "¡qué escándalo!, ¡qué escándalo! He descubierto que en este local se juega", mientras ponía las manos para recoger las ganancias obtenidas.

Cartas

Número de cartas: 45941

Número de cartas en Septiembre: 45

Tribunas

Número de tribunas: 2083

Número de tribunas en Septiembre: 5

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador