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Los burkinis de Coco Chanel

7 de Septiembre del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Una mujer puede ponerse de vestido lo que quiera, faltaría más, el problema viene cuando la vestimenta femenina es una imposición dada desde los púlpitos. Podemos apelar cuanto queramos a las libertades individuales para defender el burkini e incluso el propio burka, pero no nos engañemos, la restricción a la que se somete a la fémina desde religiones retrógradas que basan buena parte de su discurso en la ocultación del género femenino, como si fueran apestadas y la tendencia a mantener a la mujer en la ignorancia, inhibe cualquier capacidad para desarrollar la libre decisión.

Si a esto le sumamos el paternalismo misógino y el colaboracionismo de aquellas mujeres que, con cultura, se someten a determinados estereotipos más por el "síndrome de Estocolmo" hacia la opresión ejercida por padres y cónyuges, que por una decisión tomada desde la libertad, pues eso, que trece siglos después, la mujer sigue igual o peor. No, no es el burkini lo que está en juego es, simplemente, la dignidad de la mujer.

Confieso que, por mi parte, no encuentro sentido a cocerse en el tostadero de la playa con ese pijama de licra llamado burkini. Y tapar el cuerpo de la mujer implica control, mas la libertad no puede ser impuesta.

La escena de los arenales de Niza, en que cuatro policías multan a una mujer musulmana y la obligan a despojarse de la prenda, resulta sobradamente injusta porque castiga a la víctima y además de humillante la ridiculiza.

Aunque el Consejo de Estado francés ha intentado poner un poco de sentido común levantando la prohibición del burkini, la anécdota ha adquirido ya categoría política con las elecciones presidenciales francesas a la vuelta de la esquina. El debate de fondo, creo, es la progresiva islamización de Europa y el fracaso de ciertas políticas de integración.

El burkini, el velo o la chilaba no equiparan al usuario con el terrorismo islamista, y la prohibición de vestirlo podría convertir estas prendas, a fuerza de resentimiento, en símbolos de resistencia, en banderas contra la uniformidad identitaria.

Y dada la capacidad del capitalismo consumista para banalizar cualquier símbolo revolucionario convirtiéndolo en mercancía vendible, no sería de extrañar que pronto las boutiques de los Campos Elíseos de París exhiban en sus vitrinas burkinis de Chanel con incrustaciones de Svaroswki.

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