La finura y la delicadeza pastoral
Con discreción, que fue una de la notas más sobresalientes de su vida, se nos ha ido Faustino a la otra orilla de la vida. No hace mucho tiempo que se detectó la enfermedad mortal. Tuvo la esperanza de poder remontarla con los adelantos de la medicina, pero al final se dio cuenta de que el remedio parecía difícil de lograrse. Se fue de puntillas, con esa sencilla elegancia que le identificaba en su forma de ser. Fueron cincuenta y tres años de sacerdocio fecundo, porque fue siempre un trabajado ordenado y constante. En su recorrido sacerdotal, deja una estela de bondad que todos reconocen y admiran, de palabra suave, de escucha atenta y paciente, de comprensión cercana y, al mismo tiempo, de convicciones claras y firmes y de sabia pedagogía para orientar y aconsejar.
Nació en Ponciella, en el occidental concejo de Viilayón, en la cuenca del río Navia, vivero de abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas. En el Seminario se distinguió por su responsabilidad y su dedicación y esfuerzo en el estudio, para el que tenía notables cualidades. Era de esos muchachos rurales en los que la madurez va muy por delante de la edad. Recibida la ordenación sacerdotal el 30 de marzo de 1963, su primer destino fue San Lorenzo de Gijón cuando esta populosa parroquia abarcaba la mitad de la ciudad, lindando con Somió y Ceares y, por ello, contaba con cuatro coadjutores.
El párroco era entonces aquel inefable Don Manuel Menéndez, hombre simpático y ocurrente, bien preparado (había ampliado estudios en Roma y antes había ejercido de profesor del Seminario), con una sabiduría paisanil poco común, a quien los curas de la periferia apodaban cariñosamente "el Babilonio" porque en sus quehaceres arciprestales decía que Gijón era como Babilonia, una selva pastoral, que le pasaba lo del vestido del Evangelio, "que no podía ponerse un remiendo nuevo a un traje viejo", que rompía. Faustino se encargó de la pastoral juvenil y también impartió clases en la Escuela de Comercio. Fue precisamente en esta misión donde despuntó en sus buenas cualidades para la enseñanza.
Subtítulo: En la muerte de Faustino Martínez Álvarez, párroco de San Juna de la Arena
En octubre de 1967, juntamente con Ceferino Bermúdez, fue destinado a la zona de los Oscos, que hoy está de actualidad por el premio que le ha concedido la Fundación Princesa de Asturias a esa comarca como "Pueblo ejemplar 2016". Hace cincuenta años, la realidad de aquellas parroquias era muy distinta, y lo mismo la vida y las posibilidades de las personas.
Fueron años en los que la Iglesia de Asturias quiso comprometerse con la promoción de las parroquias rurales más deprimidas y alejadas. Se crearon equipos sacerdotales distribuidos por toda la geografía asturiana. Uno de ellos se ubicó en Pesoz y lo comandaba José Manuel "Grao", que era como la Madre Teresa de Calcuta en aquel paraje. Queda algún superviviente memorable. Otro en San Martín de Oscos. Entre las iniciativas que crearon Ceferino y Faustino y que pusieron en marcha estaba una especie de academia para preparar a los chavales de la zona. Los he conocido porque algunos pasaron por el Seminario y estaban agradecidos de aquella enseñanza postescolar que recibieron en la casa rectoral de San Martín de Oscos y que les ayudó a abrirse paso en la vida.
La parroquia de San Félix de Valdesoto ocupó su tercer tramo sacerdotal, asistiendo como coadjutor en las postrimerías de Don Pedro Parajón, que pronto pediría la jubilación y que dejó una profunda huella en esta extensa pedanía. Fueron dieciséis años de trabajo callado, pero responsable, lúcido. Puede compararse al orbayu que cae mansamente. El trato cordial, la preocupación por la situación de las personas, la sonrisa amable fueron las notas características de este buen cura.
Por último, desde 1987, estuvo en Novellana y San Juan de la Arena, con los añadidos cada vez más frecuentes de Arcallana y La Corrada, dada la disminución del número de sacerdotes. Su estilo y su línea fueron siempre las mismas, y por eso en todas las parroquias que sirvió obtuvo siempre el cariño y el reconocimiento de sus feligreses, que sienten profundamente su muerte. Como la sentimos sus compañeros, porque Faustino tuvo un gran sentido de la amistad y del compañerismo. Esa dulce humildad que desprendía le hacía cercano a todos.
Que la Virgen de Covadonga, Bendita y Reina de nuestra montaña, le reciba allí donde se aspiran amores divinos.
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