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No existe una cultura conservacionista

13 de Septiembre del 2016 - Benigno Martín Fuego (Marcenado (Siero))

En días pasados, sin que sea algo inhabitual, en los medios de comunicación han puesto de relieve la falta de una cultura conservacionista en nuestro país; el hecho de que una simple pintada en un banco de la plaza lleve a un joven a tener que enfrentarse a la justicia italiana deja claro que a los conocedores de un país que, sabedores de su riqueza patrimonial y lo que ésta supone al turismo y la cultura, cuenta con una legislación más estrecha que la nuestra a la hora de castigar determinadas actuaciones. Un claro ejemplo de que la vocación italiana por proteger lo que consideran su riqueza histórica es el hecho que apuntamos es que allí son muy protectores con el patrimonio y tienen una cultura conservacionista que aquí no cuidamos. En España se permiten muchas cosas en materia de patrimonio cultural, no están perseguidas y controladas, sin que acertemos a comprender muy bien por qué. Un claro ejemplo, los destrozos que sufrió una imagen del Ecce Homo pintada en 1930 que había en la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia de Borja (Zaragoza), que la pintora aficionada de la parroquia Cecilia Giménez se metió a restaurar. El resultado fue tan desastroso que convierte el fresco en icono de la chapuza española, no respetó las normas precedentes que deben ser tenidas en cuenta para realizar estos actos, y las autoridades se desentendieron del asunto. Eludió el delito de destrucción del patrimonio, saltó a la actualidad convertida en la pintora más iconoclasta (como lo oyen), hasta peregrinaciones para ver aquella pintura hubo.

Lo malo de todo esto es que se permitan estas pasadas que forman parte de una lista interminable de desaguisados que ponen en peligro la protección y conservación de nuestro patrimonio cultural de la Iglesia. A este propósito, quiero recordar que mucho antes de la desastrosa restauración de la octogenaria Cecilia Giménez en el Ecce Homo de Borja, ya en Siero, en su término municipal de la parroquia de Vega de Poja, una imagen de un Cristo, talla de madera del siglo XVII, sufrió mayor destrozo artístico que el fresco pintado por Elías García Martínez, sin licencia del ordinario, saltándose todas las normas vigentes; la percepción de los daños que captamos es difícil de evaluar, más de un lustro ha transcurrido desde que se cometió esta travesura y ninguno de sus componentes ha sufrido en su nuca la humillación. Estoy profundamente indignado con quienes provocan, consienten o facilitan todo esto que está ocurriendo en nuestro país, sin que nadie haga nada por atajarlo. Aquí nadie quedó aterrorizado con la pintura, ni hubo peregrinación alguna para verla como en Zaragoza; ahora nos toca cargar con las dañinas consecuencias derivadas de todo esto. No podemos compartir la desidia personal hacia nuestro patrimonio cultural, reforcemos nuestra querencia de lo propio, de lo que conocemos, protegiendo la riqueza que ha ido acumulando la Historia, pero también exigiendo a quienes administran que apliquen, por fin, el sentido común.

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