Politizar la idiosincrasia interesadamente
Dudar a estas aturas de la película que cada región de España posee su propia idiosincrasia, su propio carácter y peculiaridad, sería pensar, de forma estúpida, que el hecho de haber nacido en España nos identifica igualitariamente.
La riqueza identitaria, individual o colectiva, no tiene nada que ver con el sentimiento de nacionalidad, de país, de Estado.
Cuando se diseñó, no hace mucho, la España de las autonomías, la España quasi federal, se forzaron muchos conceptos para erigir como tales algunas provincias; en algunos casos hasta se apropiaron de los mal llamados derechos históricos, generados con el esfuerzo de muchos ciudadanos españoles emigrantes productores de riqueza.
La corrupción más vergonzosa es la utilización política de los sentimientos para beneficio partidista y personal de algunos profesionales, políticos vividores, siempre bien situados y no, precisamente, creadores de riqueza colectiva.
Corrupción es, señores políticos catalanes, utilizar las instituciones que odian (más bien que les molesta) para medrar, para obtener sustanciosas remuneraciones, para utilizar el dinero de todos para fines de partido.
Corrupción hipócrita es abanderar la independencia despreciando al otro cincuenta por ciento y pellizcando el bolsillo de la Cataluña Real para divertimento verbenero de masas teledirigidas por aquellos medios propiedad de todos pero de uso privado y gremial.
Todo eso, señores políticos independentistas, es corrupción; la más grave, porque es corrupción intelectual, ideológica y moral.
Nos sentimos orgullosos de Cataluña porque muchos de nuestros familiares han cooperado para hacer de ella una región próspera y multicultural, pero también nos sentimos utilizados por el fanatismo separatista propio de siglos pasados; peor, por el separatismo excluyente de la verdad histórica y de las personas.
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