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Un enfoque playu de la ideología de género

4 de Octubre del 2016 - José Luis Lafuente Suárez (Oviedo)

(Contestando a Doña Carmen Gómez Ojea)

Me refiero al artículo publicado en LNE el 10 de setiembre pasado próximo por Doña Carmen Gómez Ojea titulado El aldeano de lengua aramea en el que critica la que, según ella, pero erróneamente, es la postura de la Iglesia católica acerca de la homosexualidad.

En utilización de sus dotes literarias realiza en primer lugar una aproximación a una historia, triste por lo que supone de discriminación a la persona, pero cuyos hechos desgraciadamente van siendo más crueles en los momentos actuales por la pérdida de valores humanos y las derivaciones del relativismo en imposición del pensamiento débil cuyas referencias la autora omite. A continuación, enlaza con el trato que, según ella, la Inquisición (que asocia a la Iglesia católica) daba a sodomitas y lesbianas, ignorando de un plumazo y, por una parte, el carácter de instrumento de control por parte del poder civil que realmente era la Inquisición (ver las obras de, entre otros Kamen, Pérez, Vaca de Osma), y por la otra, del mismo trato que la Inquisición daba a aquéllas en los países luteranos. Seguidamente, de forma sibilina, se inventa los que ella misma denominada cotilleos ociosos acerca de una aventurada promiscuidad sexual de Jesús de Nazaret, para, retornando a la Iglesia católica, culpabilizarla de demonizar a la homosexualidad, y finaliza, ¡Acabáramos!, reclamando una lectura ¡¡luterana!! de los Evangelios.

De todo este totum revolutum que desprende ideología de género desde la primera hasta la última de sus palabras, quiero referirme en primer lugar a la última de las consideraciones de Doña Carmen; esto es, a la pretendida lectura (luterana), para decir que con ella prescindimos ya de la Iglesia católica puesto que ésta entiende que la interpretación bíblica, además de sus elementos históricos, ha de tener en cuenta la doctrina y el magisterio de los padres de la Iglesia, el depósito de la fe, ya que ha recibido de Jesucristo la misión de pastorear a sus fieles en tanto en cuanto la salvación en la fe tiene un carácter colectivo (los católicos somos miembros del cuerpo místico cuya cabeza es Jesucristo). Pero los católicos, a diferencia de los protestantes, no encontramos que de la lectura individual de la Biblia se ha de producir una interpretación y una relación exclusivamente personal entre el fiel y el Creador. De lo que se deriva que, evidentemente, no se puede pedir a la Iglesia católica (a sus miembros) una lectura luterana de los Evangelios pues eso sería, dicho sea, con animus iocandi y salvando las distancias doctrinales y aldeanas, como pedirle al aficionado del Sporting que acuda a animar al Oviedo en todos los partidos del Carlos Tartiere.

Expuesta de este modo la contradicción en sus propios términos que se le plantea Doña Carmen con su petición lectora, paso a exponerle la principal rectificación de su exposición. Se trata de la que denomina demonización de la homosexualidad por parte de los católicos. A este respecto es preciso señalar que Dios ha creado al hombre por amor y lo ha llamado también, como vocación fundamental, al amor (número 160 del Catecismo), pero lo ha creado sexuado, hombre y mujer (Gn 2,18), el uno para el otro como unidad de amor (números 371 y 372 del Catecismo). Y en relación a la homosexualidad, el Catecismo de la Iglesia católica en su número 2358 afirma expresamente que las personas homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadez. Se evitará respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas, dice el número 2359, están llamadas a la castidad, y si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar a causa de su condición . La diferencia se da con respecto a los actos homosexuales que, a tenor del número 2357 del Catecismo, son intrínsecamente desordenados y contrarios a la ley natural, pues cierran el acto sexual al don de la vida y no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual.

De ahí que, a pesar de los deseos de Doña Carmen, no podrá en ningún caso ver a un sacerdote católico uniendo en matrimonio a dos personas del mismo sexo puesto que los signos identificativos del matrimonio católico son su carácter heterosexual, su indisolubilidad y la apertura a la transmisión de la vida.

José Luis Lafuente

Católico practicante

Doctor en Derecho, Oviedo

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