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Darwin y el creacionismo

12 de Diciembre del 2009 - Juan Luis Domenech

El problema (filosófico o científico) derivado de la actual teoría predominante de la evolución no es la famosa selección natural que Darwin descubriera y publicara hace ahora, en noviembre de 2009, 150 años, pues esta solo es la 2ª parte del proceso evolutivo, es decir aquella que produce la supervivencia del más apto, y la adaptación lenta y gradual al medio ambiente tal y como es más conocido. Produce de ese modo la fascinante divergencia de las especies, fenómeno sumamente eficiente para ocupar todos los espacios posibles y economizar todos los recursos de la naturaleza (todos los lugares en la economía de la naturaleza como decía Darwin en "El Origen", o todos los nichos como se conoce hoy en día).

El problema radica en la primera parte de dicho proceso, es decir en la necesaria variación entre individuos, sobre la cual la selección natural pueda actuar (no actuaría si dos individuos no fueran diferentes en algo). Hoy sabemos que la principal fuente de variación es la mutación genética y la mezcla de genes que se produce en el proceso de reproducción (ver). Darwin desconocía su origen exacto (no existía la genética) pero sabía ya que eran accidentes, errores azarosos sin dirección ni determinismo alguno, sin causas superiores ni finalismo. Es lo que le fue llevando a una postura cercana al ateísmo o al agnosticismo popularizado por entonces por su colega Huxley. Tal variación azarosa es la pura expresión de la Segunda Ley de la Termodinámica o Entropía, la cual refleja la degradación, el desorden, la segregación, la división o divergencia de elementos tanto a escala atómica como cosmológica o biológica, y la tendencia a la simplicidad (los parásitos por ejemplo son verdaderos monstruos de la adaptación extrema, los cuales van perdiendo cada vez más órganos y apéndices).

De forma totalmente contraria, existe otra fuerza (aun obviada por los evolucionistas) integradora, ordenadora, progresiva, tiende a la unión de las partes y al incremento de complejidad. Aun constituyendo los hitos principales observados en la naturaleza, tanto en la evolución química (unión de átomos y moléculas hasta formar macro-moléculas cada vez más complejas), como cósmica (unión de astros hasta formar cúmulos de galaxias), y biológica (adición de genes y genomas hasta llegar a especies inteligentes de una complejidad improbable) es una ley o principio que ignoramos o menospreciamos, o cuando menos, excluimos de la ciencia evolutiva, dejándolo todo en manos de la micromutación y la selección natural. La microevolución provocada por las micromutaciones graduales son enormemente más abundante y visible que la macroevolución provocada por las macromutaciones no graduales (propia de los escasísimos hitos evolutivos), motivo por el cual es poco percibida por los evolucionistas. Al no parecer tan azarosa como la otra, algunos expertos en complejidad están buscando una cuarta ley de la termodinámica que pueda explicar esta evolución progresiva hacia la complejidad.

Entonces, y he aquí la trascendencia del asunto, si esta evolución es menos azarosa que la otra ¿podría decantar la balanza a favor de los creacionistas en su lucha contra los materialistas y ateos evolucionistas?, ¿podría este proceso de creación constante de complejidad apuntar a alguna forma de finalismo o propósito en la evolución?; ¿podría ser ese el motivo por el que los evolucionistas se niegan a ver la evidencia de este otro tipo de evolución (lo que sería nefasto para el avance del conocimiento)?

Puede que sí. Por eso, no estamos de acuerdo ni con los empalagosos ultradarwinistas, empecinados en que todo es selección natural, ni con los creacionistas extremos, los cuales llegan a negar la evolución. Prefiero a los darwinistas a secas y a los creacionistas científicos (que también los hay) que muestren cordura en sus razonamientos, tolerancia y verdadero afán de saber y no de imponer sus ideas.

Ya Darwin forcejeó en sus últimos días con el viejo argumento del diseño de William Paley (si hay un diseño, tiene que haber un diseñador o ente superior), tal y como aparecía en Natural Theology declarando finalmente: el argumento del diseño se viene abajo, ahora que se ha descubierto la ley de la selección natural. Avance crucial sin duda, pero que ha quedado totalmente transcendido por docenas de nuevos avances, el principal de los cuales podría ser el descubrimiento de la herencia horizontal, ya en los años 50, según la cual la herencia genética ya no procede exclusivamente de los progenitores. O la evolución por simbiosis, una de las muchas nuevas formas de variación, capaz de incorporar grandes cantidades de nuevo material genético y de provocar grandísimos saltos en la evolución. Y hay muchos más.

La cordura se impone muchas veces: el reciente Premio Príncipe de Asturias, David Attenborough, no lo pudo decir más claro a su paso por Asturias: la evolución está clara, otra cosa es el cómo, el mecanismo; Darwin sugirió uno, la selección natural, pero no creo que sea el único; es lo mismo que decía mi viejo profesor de zoología, Emilio Anadón, tras decenas de años observando la naturaleza. Mantenerse a estas alturas en las viejas teorías de Darwin resulta un atentado contra la inteligencia y contra el mismo Darwin, el cual se asombraría del poco partido que hemos sabido sacar a su teoría después de los descubrimientos que se han hecho desde entonces.

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