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Pasándonos de frenada

16 de Septiembre del 2016 - Inocencio Granda Fernández (Oviedo)

Sí, señor Lauret; leí con atención su carta publicada en el diario LA NUEVA ESPAÑA el día 6 del corriente. Creo que como asiduo publicista de las mismas, que se dice ser, habría leído la que iba a la par. Según la teoría que defiende me he sobrepasado un sétimo, que no es tanto, ¿verdad? La suya ocupa de una columna 30 cm. “Dolum in eligendo” 35. No me ponga reparos, hombre. Veo que si sigo en estas disquisiciones me “pasaré de frenada”.

No soy, como usted, asiduo de la epístola; solamente una vez cada cuatro años que es cuando por ellos se me calienta o me la calientan. Mi conciencia no me permite salir de casa a votar a quien no conozco más bien, iría a botar a quien sí conozco, que no va pertrechado de capacidad, de confianza, de constancia, de bondad y atención.

Qué capacidad y prudencia, qué confianza y justicia, qué constancia y fortaleza, qué bondad y atención así como de templanza hemos visto en Bárcenas y otros muchos, así como en Rodrigo Rato? Eso sin salir de sus fronteras porque si vamos al encuentro de los del tres por ciento “apaga y vámonos”.

No es que pretenda para políticos gubernamentales a María Teresa de Calcuta, pero sí a ciudadanos de naturaleza pródiga y fecunda, que tengan como horizonte a la sociedad entera y no a su ombligo y cartera. Y esto, en las listas electorales, nos tiene que venir dado para no ir dando palos (votos) de ciego cada cuatrienio o trimestre, como es el caso. Listas abiertas es de justicia y buen gobierno; listas cerradas es del caciquismo tan perverso, que ha sido. Yo me pregunto ¿por qué los gobiernos de turno, que no han sido pocos durante 40 años, aún no han tenido prendas para resolver este sinsentido?, ¿tal vez es que por su fuero más interno aún circula la sangre del caciquismo?

Arranquen los que se prodigan al ruedo de la gobernabilidad a dar solución a lo que todo un pueblo llano, libre y franco está clamando porque, por lo visto, reclamando no vale. Las prisas nunca fueron buenas consejeras; ese afán desmesurado de saber ¡rápido! En menos de tres horas, si salí o no elegido lo dice todo de vosotros. ¿Qué significa un día de escrutinio contra casi un año que llevamos desgobernados? En este tipo de arrebatos no hay prudencia ni templanza y, qué podemos esperar de imprudentes y destemplados.

Es pródigo, señor Lauret, en recomendaciones a la observancia de las normas que el propio (digo propio) periódico establece. Habla de egoísmo desmedido; vea su sinrazón valiéndose de al razón y buena gobernabilidad de la directora a quien usted menta al dar de paso, más bien, al bendecir las dos cartas siguientes a la suya y que rellenan una página entera de la prensa. “Yo quiero elegir político” ocupa casi media página y “Cualquier cosa vale” el resto. Y le digo más, la señora directora ha hecho gala de la prudencia y justicia, de la fortaleza y templanza; no sé si usted sabe que son “las virtudes cardinales” que todo buen maestro inculca a quienes está conduciendo a engrosar una ciudadanía de provecho. Si no las ha leído, léalas y verá que hablan con el corazón y cuando el corazón habla, no se le debe poner freno.

Cuántas no páginas de folio sino metros cuadrados de prensa rellena el fútbol y el resto del deporte. Y, cuántas las colaboraciones diarias con esfinge aunque, a veces, digan más bien poco. El otro día sale uno, agraciado eso sí en su esfinge, hablando de las onzas de chocolate que merendaba subiendo y bajando por la otra acera disfrutando del olor a chocolate que despedía la fábrica allí ubicada. Redacción sobresaliente, eso sí, de un bachiller pero, qué pinta eso en la prensa. Y a esto, no dedica usted uno de sus mil consejos. Creo que la mensura o mesura, lo mesurado no conlleva las estrictas reglas de las que se hace paladín, y considere que hay cartas que pueden considerarse verdaderos documentos. Esos que con poca frecuencia se asoman no persiguen vanidad más bien dar luz a la verdad, meta sagrada de una sociedad que quiere vivir en la libertad. Este diario que el día 6 de septiembre aireó su nombre y también el mío lleva 63 páginas; le voy a decir, sin esfuerzo alguno, que equivalen a 58 metros cuadrados. Como para que salga usted clamando moderación a dos o cuatro altruistas que sin pedir nada a cambio se ofrecen a dar luz cuando ven perversas sombras; es más, por su nobleza y prudencia ofrecen su desahogo expreso a la razonable consideración de la señora directora, que si razonable no ve su publicación cuenta (a su diestra o siniestra) con una justiciera papelera.

Como ya me dejé “pasar de frenada” en tres leguas a pesar suyo, señor Lauret, y de los requisitos en cabecera le voy a narrar una circunstancia adversa, que me tocó penar en mayo? del año 1967 y que se engloba en la Historia (sí con mayúscula) de esta sección, en su día, Cartas al director. Por una titulada “Al rojo al rojo vivo” firmada en mnemotecnia (Graferino creo que era) contradecía al corresponsal de mi concejo en su escrito cuyo título plagié. Él defendía a sangre y fuego el capricho descabellado del alcalde en el emplazamiento del grupo escolar que se iba a construir, y digo descabellado por tratar de ubicarlo en su parroquia, la más distante de la mediana del triángulo que conforman esas siete parroquias. Exponía yo, sobre lo dicho, que tal emplazamiento no tenía sentido por el aumento en el gasto del transporte escolar: por la pérdida de tiempo de los niños de las otras seis parroquias y porque el centro médico, la farmacia, la biblioteca pública y el practicante se concentran en la base de esa mediana. Así de puntual lo hice saber y así de puntual quisieron saber del autor, a título de persecutio. Dictadura pura y dura e la que mandaban más los alcaldes, creo yo, que el mismísimo jefe de Estado. Un noble exalcalde me felicitó por, según dijo, mi valentía; era un gran caballero, un gran señor.

Suplicando paciencia y comprensión, termino diciendo que no hubieron pasado siete días sin que aparecieran estos requisitos que entronizan Cartas a la directora; y, digo así porque no soy machista; tampoco se dice hoy premios “Príncipe de Asturias” sino “Princesa”, si a eso vamos.

Inocencio Granda Fernández

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