Carlismo es legitimismo
En LA NUEVA ESPAÑA del 14 de septiembre aparece una noticia sobre una anunciada próxima visita a Barcelona de Carlos Javier de Borbón-Parma y su familia. Contiene algunas afirmaciones que conducen a error o resultan equivocadas.
El pequeño Carlos Enrique, nacido de la señora Annemarie van Weezel (quien no es princesa ni tiene título de ninguna clase, ni siquiera como consorte) y del citado Carlos Javier de Borbón-Parma, no es príncipe de Asturias para los carlistas, ni infante de España, ni alteza real. Su padre, Carlos Javier, perdió hace tiempo todos sus derechos sucesorios. Aunque no los hubiera perdido, según las antiguas leyes y pragmáticas de la Monarquía española, la descendencia de matrimonio desigual (las leyes sucesorias tradicionales exigen que la consorte sea de familia real o de familia mediatizada del Sacro Imperio, y la señora Van Weezel no es nada de eso) es inhábil para la sucesión.
Carlismo es legitimismo. La legitimidad dinástica, según los carlistas, es de origen (es decir, se regula por las leyes tradicionales) y de ejercicio (si el sucesor legítimo de origen se opone a los principios de la tradición, pierde sus derechos). Carlos Javier, al igual que su padre, el difunto Carlos Hugo, no sólo es ajeno y contrario a esos principios de la tradición, sino que ha reconocido reiteradamente a Juan Carlos y a su hijo, Felipe. En consecuencia, no tiene puesto ninguno en la sucesión carlista ni puede ostentar legítimamente ningún título.
Los carlistas, por su parte, no lo reconocen. Ni siquiera le siguen los restos del mal llamado Partido Carlista (que nunca llegó a existir en Asturias) fundado por su padre y luego abandonado por éste. Para los carlistas, Carlos Javier, Annemarie y sus hijos son unas personas particulares holandesas sin ninguna relación con su dinastía ni con su causa.
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