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La gran aventura de vivir

16 de Octubre del 2016 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Y de ser persona, mujer, hombre, de estar aquí, en este mundo que podría ser un verdadero paraíso en el que todos, en paz y solidarios, viviéramos como auténticos hermanos, y no este deshumanizado burdel saturado de odios, guerras y violencia. Y si nos referimos a nuestro carpetovetónico país, todos sabemos qué vientos corren, huracanados, sobre todo en lo social y político, con una corrupción generalizada, una política detestable, con Gobierno y sin Gobierno, y de morros nos vamos a unos terceros comicios que serán para "comer" los de siempre. La vida, pues, aquí y allá, no puede ser más difícil, preocupante e insegura, sin ilusiones ni esperanzas, cuando tenía que ser todo lo contrario si la paz, la convivencia y la solidaridad fueran una hermosa realidad aquí y allá, en todas partes. Vivir y convivir tenían que ser una misma cosa, como muy bien dijera nuestro Ortega y Gasset: "El verdadero secreto de la vida no está en vivir, sino en convivir". Está frase lo dice todo, y todo sería muy diferente en nuestra humana andadura, tan desnortada y con un rumbo incierto y preocupante.

Sí, la vida es nuestra gran aventura, que nosotros mismos podemos hacer o llevar mejor o peor, más feliz o más desdichada, según sea nuestra forma de ser y de comportarnos en la andadura humana. Y que tiene dos vertientes, dos rumbos, porque, en realidad, son dos vidas las que tenemos: la espiritual y la material o humana. Por lo tanto, dentro de su indivisibilidad, cada una tiene un trato y un desarrollo completamente distintos, y en ello cada uno de nosotros somos protagonistas y responsables de que nuestro rumbo, tanto espiritual como humano, pueda ser acertado o equivocado. En cuanto a cómo hemos de tomar esos rumbos, es cosa de todos bien sabida por nuestra propia conciencia, formación y educación (no hay términos medios, o aciertas o te equivocas al elegir el camino a tomar). Respecto al primero, el básico y más importante, consiste principalmente en saber vivir honesta y honradamente, convivir, ser solidario y darse por entero a los demás, con generosidad; todo ello, naturalmente, en una obligada reciprocidad. Completa sería entonces la gran aventura de vivir.

De esta forma, nuestro viaje humano, tan breve y sin retorno, en el tren de la vida nos resultaría a todos más cómodo, agradable y, a ser posible, hasta feliz y dichoso, sin diferencias de clases ni de todas esas zarandajas ideológicas y políticas. Todos unidos y hermanados en el mismo tren hacia nuestra estación terminal. Como dijo Shakespeare en su "Hamlet", "el mismo día que nacemos comenzamos a morir", que viene a ser nuestra estación de partida en ese viaje sin retorno. Que tiene tantas estaciones como años cumpla cada viajero. Uno está ya en la estación 97, dicho sea sin complejo alguno, porque debemos presumir y sentirnos orgullosos de tener y cumplir años. Y ello nos da una gran experiencia y objetividad de las cosas de la vida, que debemos transmitir a los demás en nuestra gran aventura de vivir.

Y de ese otro lado de la vida, el material y humano, si se nos da licencia, de él nos ocuparemos aquí en otra ocasión.

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