El Truébano, como siempre
Ya que en esta época se debate tanto sobre la memoria histórica y los cambios en el callejero, propongamos nombres verdaderos y significativos, que no conlleven ideología alguna y que, por lo tanto, ni caduquen ni molesten con el paso de los años, porque nombran la flor, el tipo de insecto o el rayo de sol o la vegetación que habitan y determinan el sitio en cuestión.
Muchos han sido los lugares y los apelativos que se quedaron en la memoria de los nuestros cuando se fueron y para el olvido de los que quedamos. Mas no quiero ser prolijo, a lo que vamos: a propósito de la reciente celebración de la romería de El Cristo de las Cadenas, en la zona en la que se honra al Cristo de las Cadenas han vuelto a aparecer en la prensa posibles proyectos para los terrenos del viejo Hospital General de Asturias, tanto en lo relativo al uso que se podría dar al conjunto como a su denominación. Ya se nos han borrado topónimos como La Muria, Quitapesares, La casa el goxero, la casa la Chuca, tramos tan transitados como inolvidables de la historia de un barrio, el de Buenavista.
Por eso me gustaría matizar que el terreno anexo al antiguo hospital, al Edificio A (en su día), al helipuerto, no eran sino más que casas y fincas particulares donde hasta la primera mitad del siglo XX no se decidió construir un importante complejo hospitalario y expropiar los terrenos de aquella pequeña aldea y aquellos felices aldeanos que se hermanaban bajo el marbete de El Truébano, apunte de lo que aún subsisten vestigios grabados y en piedra sobre la tierra.
Por eso creo (y no es ningún reproche sino un tan cálido recuerdo como inocente propuesta) que el domingo día 25, cuando vecinos y representantes municipales decidieron celebrar de nuevo la romería de El Cristo, tendrían que haber recordado que el nombre del Prao del Hospital es El Truébano, como los vecinos lo mencionábamos a todas las horas y topónimo con el que, en mi humilde opinión, tendría que ser rebautizado, sea destinado a parque o a lo que se considere en su momento, pero honrando siempre y en memoria, siempre, de cuantos allí nacieron y allí vivieron. Es además una manera de preservar la toponimia autóctona, con sus verídicos porqués y sus reales y perennes denominaciones inofensivas, ahora que se debate tanto sobre el cambio y destierro de nomenclaturas que levantan resentimiento y derriban monolitos.
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