Mi memoria histórica
Crecí admirando y asimilando nobles enseñanzas y buenos consejos que bien se encargaba de llevar a la práctica de su vida personal aquel gran hombre del que hoy quiero hablar y del que jamás podré olvidarme. De aquél hombre ya fallecido- que gozaba de fama (bien merecida) de hombre honrado, honesto, recto y leal. Su idealismo no quedaba reducido a una teoría infructífera, sino que lo asentaba en una práctica, en una forma de ser y de vivir. Su vida, pues, transcurrió por el camino de la coherencia, tanto en su juventud como en las demás etapas de su vida.
Entendió como así lo entendieron muchos intelectuales y pensadores de su generación- que la vida no sólo era para el disfrute personal, sino que la vida comportaba compromiso con respecto a los demás y tanto y más cuanto más desfavorecidos fueran los otros. Entendió que la preparación personal, los conocimientos, los estudios, el cargo empresarial, social o público que pudiera ocuparse, el status social, etc, no era un artículo de lujo del que presumir o beneficiarse, sino un estado que facilitaba el servicio a los demás y que comprometía como persona a ello.
Él, junto a tantos otros, sin ser revolucionario sino- muy al contrario- hombre de paz y sobre todo de paz interior, alzó la voz en nombre de aquellos que no tenían voz, y a su favor, pues en su interior se sabía obligado como ser humano a ponerse del lado del débil, del desprotegido, del de menos recursos. Y en busca del bien de los otros, no ya del propio, pagó junto a otros idealistas las consecuencias de su compromiso social. Él con la cárcel (represaliado de guerra por haber sido teniente de la República, de la República legalmente constituida, a pesar del reconocimiento en la sentencia de su buena conducta y de ser hombre de bien), otros con otras penas y aún mayores, algunos posiblemente también con la muerte a pesar de no tener delitos de sangre.
Fueron gente recia, noble, recta interiormente. Gente que ya ha desaparecido. Generación ejemplar, extinguida. Espejo en el que deberíamos mirarnos. Modelo a imitar. Eran gente de izquierda; de una izquierda desconocida para esta izquierda actual; de una izquierda limpia, de ojos sinceros, de pensamientos nobles, de deseos claros, de palabras sinceras, sin engaños ni componendas. De corazones generosos y solidarios, compasivos. De gente que se mojaba a favor de los demás.
La memoria histórica que hoy se trata de imponer poco o nada tiene que ver con la gente de esa generación. Gente sencilla de corazón, ajena al protagonismo, silenciosa. Luchadora, sí, pero sobre todo en su interior para ser en todo momento persona humana con nobles sentimientos y con limpio corazón.
Quiero desde estas líneas honrar la memoria de Rafael Fernando Morán Calzada, el hombre recto por excelencia, el hombre bondadoso por naturaleza y por esfuerzo personal. Y junto a él, honrar también la memoria de tantos hombres que han pasado a la historia sin nombres ni apellidos, sin medallas, sin calles; que enaltecen la historia desde su silencio y con sus vidas ejemplares.
Y quiero aplaudir desde mis líneas a esa generación de izquierda que vivió en el siglo pasado y de la que no se habla y apenas se conoce. Generación irrepetible, que sembró con sus valores humanos personales la historia de nuestro país. Ojalá sus semillas fructifiquen y crezcan, volviendo a contribuir al enaltecimiento de esta sociedad aquellos sus valores que debieran ser los valores de todos.
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