¿Y si fuera yo?

5 de Octubre del 2016 - Coro Junquera Lantero (Oviedo)

¿Y si me pasara a mí?

Y si fuera yo una de tantas personas que lo pierden todo en la vida y se quedan en la calle, sin recursos, sin nadie que les ayude, sin perspectivas, sin nada ni nadie.

Hoy en la calle se me acercó un señor y me pidió que le diera algo; al decirle que no, me dijo: "Por favor, algo de comer y jabón para poder lavar a mi hijo".

Le dije que no y me pesa en el alma.

No sé quiénes trabajan para la mafia, no sé quiénes se lo gastan en droga o alcohol, no sé. Pero estoy segura de que hay muchos casos en los que no engañan, en los que su desesperación les lleva a pedir ayuda en la calle.

Y me he visto como una de esas personas y me he puesto a pensar qué sentiría yo hacia todas aquellos que me ponen mala cara o me rehúyen cuando les pido, o incluso me insultan o me dan consejitos.

Porque las ayudas sociales están muy bien, pero ni lo cubren todo, ni cubren a todos.

Porque por mucho que uno quiera a veces trabajar, aunque sólo sea por un techo y comida, no es posible.

Porque la vida es así de dura, pero cuando nos toca del lado afortunado, no lo vemos o preferimos no verlo.

¿Cómo se tiene que sentir una persona que por las circunstancias que sean se ve fuera de la sociedad?

¿Cómo te sientes cuando ya no eres una persona, sino un marginado?

¿Sientes odio, indiferencia, envidia ?

¿Sigues al tanto de la realidad, de las noticias, de la actualidad?

¿Te sigue importando el resto del mundo?

¿O sólo tienes una obsesión, sacar para comer?

¿Qué sientes cuando tú estás así y ves cómo roban tantos y tantos?

¿Te parece injusto o simplemente pasas o prefieres ignorar?

¿Te haces más fuerte, más débil, pierdes la facultad de encariñarte, de querer, de sonreír, de ilusionarte?

¿En qué persona te conviertes, sigues siendo el mismo de antes o simplemente todo cambia, hasta tu más íntimo yo?

Nunca más lo haré, no pasaré indiferente delante de alguien que me pide algo.

Me pongo en su lugar y siento, aunque lejano, lo tremendo que tiene que ser, la impotencia que se tiene que sentir.

Me maravilla siempre que las personas sobre las que caen de forma tan dramática las injusticias de la vida no se revelen frente a todo y a todos, que sean tan dóciles.

¿Es que la misma desgracia trae consigo la paciencia, la resignación?

De niña, cuando me iba a la cama, no sé por qué, me imaginaba que metía conmigo a dormir a todos aquellos que no tenían una casa.

Hoy, perdida mi inocencia, prefiero actuar de otras maneras.

Pero no se me han pasado las ganas de gritarle al mundo que no hay derecho, que no es justo, que todos somos responsables, que no se puede ser tan egoísta, que no se puede ser feliz con todo lo que hay a nuestro alrededor.

¿Cómo le he podido negar a este hombre un jabón para bañar a su bebé?

Es que tenía que haberme traído a mi casa al bebé y bañarlo yo y darles cobijo y ayuda, y no dejarles tirados.

¿De qué tengo miedo?, o no es miedo, es comodidad, es egoísmo, es creer que ayudando de otras maneras ya hago lo suficiente.

Me avergüenzo.

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