La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » A don José María Rodríguez García, canónigo de la Catedral

A don José María Rodríguez García, canónigo de la Catedral

5 de Octubre del 2016 - Agustín Hevia Ballina

Siempre la separación de un amigo, de un ser muy querido, supone un dolor íntimo y profundo, como si la uña se separara de la carne. Al mismo tiempo, la fe que forma parte inherente de tu vida viene en confortamiento de la pena que experimentas en los hondones del alma. Tal me ha acontecido esta mañana, cuando, casi sin esperarlo tan pronto, me dio la noticia el deán de la Catedral, don Benito Gallego Casado: "Ha muerto don José María". "Descanse en paz", respondí a la escueta comunicación. Pena y dolor grandes. Conformidad y resignación, sin embargo, mitigaban la honda pena que me embargaba.

José María era para mí un amigo del alma, además de un referente y un modelo de sacerdote, que vivió su entrega sacerdotal con sencillez y humildad sumas; una persona afable y bondadosa, siempre acogedora, siempre comunicativa, siempre servicial, siempre pendiente de ayudar a los demás, siempre al servicio de los hermanos sacerdotes y de cualquier cristiano que acudiera a demandar de él algún servicio que pudiera implicar un donarse a las tareas a él encomendadas, siempre fiel a su vocación y a su entrega sacerdotal.

Nació José María en la parroquia de Santullano de Salas, donde radicó la casa, que para él y para sus hermanos fue el vivero para su inicial caminar por esta tierra que nos da cobijo. Allí, en el Santullano de sus querencias, de sus más radicales cariños y de sus amores, vio la luz primera, el 14 de abril de 1924. Allí en el Santullano de sus quereres, en la pila bautismal de su parroquia del alma recibió el santo bautismo, que le convirtió en hijo de Dios, iniciándolo en la fe de creyente y de cristiano. Allí, en su Santullano muy querido, fue a la escuela y aprendió las primeras letras. Allí, en aquel Santullano bucólico y rural, emprendió el aprendizaje del catecismo, que daría pleno sentido a su vida de creyente y de cristiano. Allí, a la sombra de una familia de sólida raigambre cristiana, recibió de sus padres, José y Brígida, el benéfico influjo del ejemplo de una vida de creyentes convencidos, que le transmitieron, después de la vida, unos principios firmes y sólidos de sus vivencias cristianas.

Un día José María sintió la irrupción del Señor en su vida y se dejó llevar por el impulso de la vocación sacerdotal. En seguimiento de la llamada, llegó al Seminario de Valdediós, para iniciar la carrera sacerdotal. Eran años duros en la vida seminarística.

Vida de oración y de piedad, estudio y clases, recreación y paseos por las parroquias de la contornada valisdeyense la conformaban. La carrera del seminarista José María estaba constituida en tres secciones de intensa dedicación a su formación. Cuatro años para la etapa de Latín y Humanidades; tres años para la de Filosofía y cinco para la de Sagrada Teología (estos ya en el Seminario de Oviedo). José María era alumno aplicado y destacaba entre los más aventajados. La calificación de "Meritissimus" o sobresaliente acompañó siempre en casi todas las asignaturas su vida académica.

El 19 de junio de 1949 tuvo lugar la culminación de la vida seminarística de José María, para, con otros veinte compañeros, de los que sobreviven tres, Manuel Prieto, Marcial Álvarez y Andrés Vidal, recibir la ordenación sacerdotal en la iglesia del Seminario de Oviedo. En la vida de todo seminarista supone culminar la etapa de los estudios de la carrera sacerdotal el adentrarse en una nueva forma de vida, ilusionadamente esperada: la etapa de su apostolado.

José María fue destinado, como ecónomo, a la parroquia de San Roque de Prado y encargado de las parroquias de Santa Eulalia de Puertas y Santa María Magdalena de Berodia, en el arciprestazgo de Cabrales, entre los años 1950-51. A continuación, entre los años 1951 y 1955 desempeñó el cargo de regente de la parroquia de Santa Eulalia de Ardisana y su filial de Nuestra Señora de Covadonga de los Callejos. Entre 1955 y 1957 estuvo encargado de Santa Eugenia de Meré y San Juan de Caldueño, para recibir, en calidad de ecónomo, la continuidad en la encomienda de Ardisana y los Callejos.

Subtítulo: Modelo de sacerdote, hombre de eximia bondad

Destacado: Una persona afable y bondadosa, siempre acogedora, siempre comunicativa, siempre servicial, siempre pendiente de ayudar a los demás, siempre al servicio de los hermanos sacerdotes y de cualquier cristiano

A partir de este momento, la vida pastoral de don José María experimentó un cambio notable, al opositar al beneficio de sochantre de la Catedral de Oviedo, cargo del que tomó posesión el 9 de julio de 1959. Sin dejar esta encomienda, fue archivero de la secretaría del Arzobispado, iniciando en 1966 y hasta 2004 el cargo de oficial de la cancillería, alternando con el nombramiento de profesor de música del Seminario de Oviedo, entre 1967 y 1969.

El 6 de abril de 1985 fue promovido a canónigo de la Santa Iglesia Catedral, cargo del que actualmente era emérito, aunque continuó hasta hace muy pocos días realizando las funciones de chantre o cantor, que le correspondían a su canongía.

Don José María ha superado su etapa de cristiano y de sacerdote aquí en la tierra, para iniciar esa nueva vida que para él ha entrado ya en la categoría de eterna.

Quienes lo hemos conocido de cerca, hemos experimentado el hálito cálido del influjo de su bondad. Don José María ejerció de persona caritativa, sin que su mano derecha supiera lo que hacía la izquierda. Su caridad se manifestó en sus limosnas, pero, sobre todo, en sus incesantes visitas a los enfermos, tarea voluntariamente impuesta, que tanto consuelo y alivio llevaba, con sencillez, a tantos enfermos, fuera a antiguos feligreses de las parroquias en que ejerció su apostolado o a compañeros sacerdotes enfermos, a los que indefectiblemente visitaba, o a amigos y conocidos, con quienes cumplía la obra de misericordia de visitar a los enfermos.

Su exquisitez y finura en el trato con las personas, a que, por su cargo en la cancillería del Arzobispado, tenía que atender fue, en todos los casos, de lo más cumplido y relevante. Rara habrá sido la persona que haya podido dejar el despacho de don José María sin que él no intentara por todos los medios a su alcance, por lo menos, tratar de resolver los problemas que le habían presentado, muchos de ellos de hondo calado canónico y envergadura práctica, sobre todo los que se referían a los cementerios católicos.

Hay un aspecto que no quiero silenciar. En las obras de restauración de su tan querida iglesia de Santullano de Salas, se impuso el sacrificio de sufragar la obra completa de la restauración de los retablos, con otras actuaciones a favor de este templo, en cuya pila bautismal había sido bautizado. Suponen cantidades que él procuró no manifestar, quizá a pocos más que a mí. Es una labor de gran mérito, ejemplar, para que otros muchos feligreses de Santullano ejerzan su responsabilidad de colaborar con su iglesia.

Para José María, hoy, al cumplirse hace poco sus 92 años, muchas cosas quedan atrás, por las que el Señor ha de juzgarle, como ejerce su juicio con los que Él ama. "Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo eterno de tu Señor". Descansa en paz.

Cartas

Número de cartas: 48976

Número de cartas en Diciembre: 99

Tribunas

Número de tribunas: 2175

Número de tribunas en Diciembre: 3

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador