La disponibilidad hecha canto y silencio
En sus noventa y dos años, no dio una voz más alta que otra, ni cantando. En su mismo caminar, decidido y pausado, se manifestaba su temperamento suave, sereno y de entrega generosa. Se le puede comparar con la abeja trabajadora de la fábula de Esopo, que se afana en hacer muy bien su trabajo monótono y diario y que, si lo compruebas o eres su beneficiario, te queda sabor a miel, porque se empeñaba en agradarte y resolverte el problema que le presentabas, que en la casuística de la documentación y legislación de sepulturas y cementerios suele ser harto complicada y enojosa. Con José María siempre había una posible solución o hallaba en el archivo, que conocía muy bien, el antiguo documento que clarificaba el problema.
Había nacido en Santullano de Salas. Pasó siendo chaval seminarista los duros avatares de la Guerra Civil, se incorporó a Valdediós una vez finalizada y recibió la ordenación sacerdotal el 19 de junio de 1949. El primer año, participó en el Convictorio Sacerdotal que había creado el arzobispo don Benjamín Arriba y Castro para perfeccionar la formación espiritual y social de los nuevos presbíteros asistiendo como alumnos a la Escuela Social sita en la calle Campomanes.
Su primer destino pastoral fue a las tierras orientales cabraliegas, en Ortiguero, Puertas y Berodia, hoy lugares turísticos preciosos y de gran atracción en los aledaños de los Picos de Europa, pero en los comienzos de los años cincuenta parroquias de fatigosa dificultad y mucha andadura a pie o a caballo, con la empinada cuesta de las Estazadas por el medio, las misas de mañana y el ayuno eucarístico preceptivo. A aquel joven cura, con veintiséis años forjados en la austeridad y en la recia espiritualidad, no se le ponía nada por delante. Fue querido en todas las parroquias por su trato afable, su sonrisa franca y su humilde timidez, su capacidad de escucha y pausa reflexiva antes de contestar que le inclinaba siempre a la mayor disponibilidad y servicio.
Antetítulo: In memóriam: José María Rodríguez García
Destacado: Con José María siempre había una posible solución o hallaba en el archivo, que conocía muy bien, el antiguo documento que clarificaba el problema
Pronto se dieron circunstancias por las que tuvo que bajar el angosto y agreste desfiladero del río de las Cabras para hacerse cargo, primero como regente y luego como párroco de Ardisana y Los Callejos y, más tarde, de Caldueño y Meré. Santa Eulalia de Ardisana fue una feligresía muy cultivada. Era guinda apetecida por la viveza y entusiasmo de sus parroquianos. Celebraba con mucha solemnidad y devoción la fiesta Sacramental el primer domingo de julio. Tenía fama su Coro Parroquial, al que le dio todavía más tono musical José María, que tenía una sonora y bien timbrada voz de tenor. Cuentan los que lo saben que allí le descubrió el arzobispo Lauzurica, gran aficionado a la música y a quien gustaba la solemnidad en la liturgia, y, tal como era su manera de ser y actuar, no lo dudó un momento, y apuntándole con el dedo le dijo: "Tú vas de sochantre para la Catedral" ("sochantre" es una palabra de origen francés que designa al miembro del cabildo encargado de la música en las celebraciones litúrgicas). Era el mes de mayo de 1959.
En Oviedo, el cabildo de canónigos de la Catedral tiene por misión celebrar la liturgia y cuidar del edificio y sus bienes. Como herencia de los monasterios, celebran diariamente la liturgia de las horas: laudes, vísperas, maitines… En aquellos años, el cabildo era numeroso y contaba con buenos cantores que se esmeraban en interpretar muy bien, según el estilo de la abadía de Solesmes, el orante canto gregoriano y también las muchas piezas musicales, antífonas, himnos, graduales, tonos de salmodia… que iba componiendo el gran músico que fue Alfredo de la Roza, sobre todo a medida que se iba pasando en el postconcilio del latín a la lengua vernácula. José María, como beneficiado primero y canónigo después, era el cantor solista y, al mismo tiempo, el que ensayaba y animaba el canto en las fiestas con asistencia de fieles. Puede decirse que hizo de su vida una permanente alabanza a Dios. Fueron cincuenta y siete años de asistencia fiel y puntual. Merece una de sus bóvedas como ornamente de su vida. No hace mucho tiempo, meses, que le vi dirigirlo y oí cantar (creo que fue en el mes de marzo, en la misa crismal), ya nonagenario, temblorosa y apagadina la voz.
Los canónigos y beneficiados del gótico templo ovetense, además de la dedicación a la liturgia, solían ser profesores del Seminario o tener un trabajo en la Curia Diocesana. José María fue primero profesor de música y confesor en el Prau-Picón y en el año 1965 recibió el encargo de oficial de la Cancillería-Secretaría del Arzobispado, cuya responsabilidad ostentaba D. José Martínez, nobles e íntimos amigos. La eficacia y la prontitud en la gestión administrativa eclesial fue su lema. La necesidad legal y la centralización canónica en el Arzobispado de las numerosas dispensas, autorizaciones, expedientes, exhortos, legalizaciones, petición de preces, publicación en el boletín… que había que tener en cuenta (¡hay que ver!, dentro de nada, con el Iphone, en un minuto se arregla todo) requerían una gestión diaria y puntual para tramitar la abundante documentación que iba y venía de las mil parroquias y, en algunos casos, de Roma, adonde había que apelar. Era todo un mundo de papeleo y sellos que requerían cuidado y orden. Jose María, Monte Cabaña, Martínez, como antes D. Luciano y Astorga, fueron de lo más ágil y servicial. Trabajo oculto, sin relumbrón, pero indispensable como el engrase de máquinas en el barco.
Termina esta andadura en silencio, sin hacer ruido, como San José. Todos tenemos una buena palabra para él y nuestro agradecimiento y admiración porque fue fiel en lo que aquí consideramos poco. Las valoraciones de las personas tienen, gracias a Dios, otra medida.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

