"El elegido"

11 de Octubre del 2016 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

A principios del mes de septiembre se estrenó la película "El elegido", del director Antonio Chavarrías, cuya filmografía para mí era desconocida hasta hoy.

Acudí a ver la película por el atractivo que siempre ejerce la vida y muerte de Liev Davidovich Bronstein (Trotski) y, por supuesto, la de su asesino, Ramón Mercader del Río, cuya primera versión hay que buscarla en 1972, dirigida por Joseph Losey y de la cual no tengo precisamente un buen recuerdo.

Pero "El elegido" de Chavarrías resulta una obra en exceso frustrante, que en su vocación de resultar comercial y apelar a un público fácil opta por el camino del convencionalismo y la superficialidad. El turbulento contexto histórico se reduce a simples ideas esquemáticas, en ocasiones muy torpes, a través de diálogos en exceso superficiales. Aunque prevalece el respeto por los hechos históricos, estos no se profundizan y terminan por convertirse en meros decorados, cuando no en pretextos para continuar contando la trama.

La otra razón que me llevó a ver la película fue que por esos días cayó en mis manos la magnífica y portentosa novela de Leonardo Padura "El hombre que amaba los perros". Probablemente, lo mejor que se ha escrito sobre este episodio del horror estalinista, ya que tiene la virtud de mantener al lector en vilo, respetando escrupulosamente los hechos históricos, desnudando los miserias y los fanatismos seudoideológicos de sus personajes, que nada tienen que envidiar a los actuales pronunciamientos de los soldados de la yihad.

En uno de los momentos cumbres de la novela de Padura, cuando el responsable de moldear y preparar a Ramón Mercader para la gran misión de asesinar a Trotski le dice "mira, hay algo muy importante que me enseñaron nada más entrar en la 'cheka': el hombre es relegable, sustituible. El individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma parte de la masa, que ésa si es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagrado y, por tanto, es prescindible. Importa el sueño, no el hombre, y menos aún el nombre". Toda una declaración de principios para el sometimiento, no ya al ideal marxista, sino al pervertidor de la más grande utopía jamás soñada por el hombre, Joseph Stalin.

Nunca milité en el Partido Comunista, mi actividad política siempre estuvo junto a la socialdemocracia, pero nunca dejé de mirar hacia mi izquierda, porque allí encontré el cariño y la envidiable capacidad de lucha y compromiso sincero de los militantes del PCE por unos ideales en los que ellos creían firmemente. Por ello, el libro de Padura me provocó en muchos momentos irritación, cabreo, desasosiego al recordar a estos hombres y mujeres sinceros, muchos de los cuales murieron sin conocer la verdad. La verdad que, por el contrario, sí la conocían sus dirigentes en España, Francia, Alemania, Cuba, Ecuador, como el ser conocedores de que Stalin nunca quiso el triunfo de la República durante la Guerra Civil española, más bien utilizar su derrota para sus negociaciones con Hitler, como lo demuestra Padura en su gran obra.

Uno de los personajes más inquietantes, a la vez que sórdido, es el de Caridad del Río, madre de Ramón Mercader, quien desde que sus hijos eran pequeños les inyecta el virus del odio como arma para la lucha contra la burguesía, de donde ella provenía. Después de convencer a su hijo para la gran misión y conocedora también de cuál sería el final de su propio hijo (fiel a los dogmas de la "cheka"), murió en París en 1975 abandonada y en la más absoluta pobreza. Entre sus míseras pertenencias conservaba un retrato dedicado por el responsable de una de las mayores tragedias del siglo XX. Su adorado Stalin.

Por esas mismas fechas, cuando el advenimiento de la democracia en España empezaba a ser una realidad y el eurocomunismo de Enrico Berlinguer (Italia) quería enterrar el horror estalinista, todavía tenían mucho poder quienes defendían el legado de Stalin, acusaban a los eurocomunistas de revisionistas, y la novela de Aleksandr Solzhenitsyn, "Archipielago Gulag", propaganda capitalista.

En la película "Vientos de La Habana", del director Félix Viscarret (con guión de Leonardo Padura), en dos ocasiones aparece un grafiti institucional en las calles de La Habana con el rostro de Fidel Castro y con el siguiente lema: "La revolución es decir siempre la verdad". Si el cinismo ha devenido con el tiempo a formar parte del lenguaje y comportamiento de los políticos de todo signo, no deja de ser desgarrador hacerlo en nombre de esa gran ilusión utópica que fue el "hombre nuevo".

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