Aeropagita

10 de Octubre del 2016 - María del Carmen Rodríguez Iglesias (Manzaneda (Gozón))

Hace unos meses viajé a San Sebastián. Paseando por sus calles tuve la imperiosa necesidad de sacar dinero y entre los cajeros de la sucursal se encontraba una indigente que me pidió limosna. Nunca suelo dar, porque entendía que detrás de la pobreza siempre hay problemas de drogas y alcohol. En esta ocasión, al ser una mujer y de avanzada edad, decidí darle unas monedas.

Sin venir a cuento, me preguntó la hora y después me habló del tiempo, y en seguida me di cuenta de que la anciana tenía deseos de conversación y yo no podía negársela.

La mujer habló y habló, parecía un muñeco de esos que le tiras de una cuerda y suelta una frase, pero ella se tiraba a sí misma de la cuerda.

Pronto me vi como en una escena mezcla de "Forrest Gump" y "El viaje a ninguna parte", abarcando pasado, presente, futuro, realidad y ficción. Me contó cómo ella había tenido una infancia feliz en una familia pudiente de Castellón perteneciente a la aristocracia, de cómo había estudiado en la Universidad de Tolouse y de cómo de muy joven se había puesto a trabajar en el aeropuerto de Barajas de encargada de equipaje en tránsito.

Fue ahí cuando me dijo su nombre, Aeropagita, y que guardaba relación con trabajar en un aeropuerto, y se rio. Yo nunca había oído ese nombre y desconfié, me pareció un nombre un tanto ridículo.

Las risas pronto tornaron en llanto cuando me habló de cómo había muerto su hijo de 2 años cuando "se me escurrió como un pez y desde aquel día ninguno volvimos a abrir los ojos", dijo textualmente. Se expresaba de manera casi poética y ya estaba enganchada a la historia de su vida.

A partir del fallecimiento, llegó el declive, se separó de su marido y empezó a beber. No supo decirme qué fue primero, vivir en la calle vino casi en seguida.

Me contó varios episodios sorprendentes de su vida como "sin techo". A los varios años de dormir en la calle, fue violada y quedó embarazada. Me contó cómo eso le sirvió para enderezar su vida, decidió dejar el alcohol, empezar a dormir en albergues, mantener una higiene adecuada y hasta empezó a escribir un currículo. Tenía mucha ilusión con su hijo, pero su cuerpo estaba ya muy castigado por la calle y el alcohol. Acabó perdiéndolo, y vuelta a la indigencia.

Otro episodio grotesco fue en el que un vecino del barrio le regaló en una ocasión un décimo de lotería que acabó resultando premiado y cómo ese mismo vecino, nada más enterarse y con total impunidad, le registró sus pocas pertenencias, le quitó el décimo y una esclava de oro, único recuerdo de su hijo. Además, a partir de aquel día, se creó cierta fama en el barrio de loca millonaria que hizo que bajara mucho la caridad de los vecinos.

Esto es un mero resumen. Fueron 2 o 3 horas de conversación. Volví a Asturias y no he podido olvidar la triste historia de Aeropagita y de la conclusión que saco de su vida. Ninguno estamos libres de acabar en la pobreza.

He vuelto esta semana a San Sebastián y la anciana ya no está, he preguntado por la zona y un señor me ha dicho que murió hace un mes y que tardaron dos días en descubrirlo.

Su alma vuela al cielo, haciendo honor a su nombre.

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