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¿Por qué la izquierda odia a la Iglesia?

11 de Octubre del 2016 - Perfecto Rodríguez Fernández (Oviedo)

Es evidente que desde 1931 hasta el final de la Guerra Civil la persecución de las izquierdas (socialistas y comunistas) a la Iglesia católica fue implacable. Aparte de los miles de inmuebles destruidos (conventos, iglesias, seminarios, etcétera), fueron asesinados más de 8.000 sacerdotes en toda España. Solamente en Asturias, unos 190. Es la persecución religiosa más brutal de la Historia.

En consecuencia, volvemos a la pregunta, ¿por qué la izquierda odiaba y, en parte, sigue odiando a la Iglesia? La pregunta es pertinente, además, porque la Iglesia y la izquierda tienen un ideario muy parecido: el amor al prójimo, que se manifiesta sobre todo en el apoyo a los más necesitados. Independientemente de que la ideología marxista considera a la religión "el opio del pueblo", tiene que haber otra causa menos filosófica y más real y concreta.

Pues bien, examinadas las actuaciones y los testimonios del momento, se puede llegar con cierta facilidad a la siguiente conclusión: si dejamos a un lado casos muy puntuales, la animadversión a la Iglesia católica por parte de la izquierda y sus sindicatos tuvo que ver en gran medida con el convencimiento de que para su proyecto político la Iglesia era un obstáculo por lo que ellos consideraban una competencia desleal. Me explico. La izquierda marxista de entonces estaba sobrada de demagogia y falsas promesas. Además, su objetivo no era la paz verdadera ni la democracia, sino la revolución, en caso necesario, violenta, para implantar la dictadura del proletariado.

Esta farsa chocaba frontalmente con la actitud de la Iglesia, que seguía manteniendo y poniendo en práctica sus principios de siempre. Por eso, por ejemplo, era insoportable para las élites sindicales que la Iglesia hubiese creado su propio sindicato católico con evidente éxito en el ámbito parroquial. Tenemos un ejemplo bien significativo que se puede leer en la prensa de estos días con motivo de la beatificación de los mártires de Nembra: un sacerdote y tres feligreses, dos de ellos mineros y padres de familia numerosa. Todos los testimonios de la época y son muchos, incluso los de alguno de sus verdugos, coinciden en señalar que tanto don Jenaro, el cura, como sus compañeros de martirio eran gente buena, muy buena. Entonces, ¿por qué ese ensañamiento especial en el caso del cura y los dos mineros que le acompañaban, a los que sangraron como a cerdos? Está claro, don Jenaro había promovido con éxito en la parroquia un sindicato católico que les estaba quitando clientela y, a su juicio, haciendo competencia desleal. Por eso el odio era mayor y había que aplicarle un plus de martirio.

A mayor abundamiento de lo dicho, en los numerosos juicios sumarísimos que tuvieron lugar en Asturias y en el resto de España con la represión de los vencedores de la contienda civil, los testimonios son muy elocuentes. Al ser preguntados los encausados sobre los motivos de su participación en la persecución y asesinato del cura de turno, la respuesta siempre es la misma y del siguiente tenor: el cura no era mala persona, pero teníamos órdenes del comité o del sindicato.

Es evidente que parte de la izquierda hoy ha abjurado del marxismo en su ideario. En concreto, el PSOE, gracias al presidente Felipe González. Pero aún quedan algunos rescoldos de odio que se pueden reavivar con leyes tan innecesarias como la Ley de Memoria Histórica que nos trajo Zapatero. En todo caso, la Iglesia sigue con su competencia desleal. Está claro que el amor al prójimo que profesan los mentores de los ERES de Andalucía o nuestro ínclito sindicalista Fernández Villa, aquí en Asturias, nada tiene que ver con el que se manifiesta en Caritas u otras organizaciones benéficas de la Iglesia católica. Sólo una última recomendación. Si alguien tiene de verdad un ilimitado amor al prójimo, que se haga misionero de la Iglesia católica.

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