Amigos del Campillín: somos jóvenes, pero no tontos
Tengo 22 años. Soy estudiante, acabando una carrera en la Universidad, trabajo y, en la medida que puedo, intento compaginarlo con ayudar a los demás a través de diferentes voluntariados. No trabajo por gusto, pero tampoco por necesidad extrema, pero sí porque creo que tengo unas responsabilidades para con mis padres y mi familia, ayudando en la medida que pueda (y más aun con los tiempos que corren, donde precisamente no sobra).
Por eso no puedo evitar indignarme, e indignarme mucho, cuando en mi barrio tan sólo cuatro meses después vuelve a haber fiestas. ¿Por qué me indigno? Porque en estas fiestas celebradas en junio yo trabajé, trabajé tanto en el pintacaras como de camarero, y aún no he cobrado.
No he cobrado y la excusa que se me ha dado en su momento era el impago de algunos chiringuitos en la carpa y por una multa del Ayuntamiento, debido a la cual las fiestas habían supuesto un gasto extra. Yo, ¡ay, tonto de mí!, por cómo me han educado, decidí que igual no había que presionar en conseguir ese dinero porque "son las fiestas de mi barrio, se han esforzado en hacer algo bueno por toda la gente, en darnos algo, tampoco hay que ser duro y hay que valorar el esfuerzo". Eso pensé yo.
Sorpresa para mí, hoy vuelve a haber fiestas. Vuelve a haber dinero. Eso sí, no hay dinero para los jóvenes. No hay dinero para pagar mi trabajo. Tampoco el de otros cuantos compañeros. No hay dinero para pagar la cultura del esfuerzo, qué raro.
¿Y aún nos preguntamos qué es lo que no funciona en esta ciudad, en esta comunidad, en este país? Lo que falla son las personas, y el no apreciar ni valorar el trabajo de los jóvenes, que sí, repito (igual), tendremos poca experiencia, pero, señoras y señores, no somos tontos.
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