El espiritu de la Navidad y el gran deshollinador
Una gran capa de ceniza caída de la chimenea del teatro Filarmónica de Oviedo debió de cubrir el espíritu de mi hijo de 4 años cuando el sábado día 13 de diciembre, llegamos a las puertas de dicho teatro pasados escasos 6 minutos del comienzo de la función infantil de «El pequeño deshollinador». Como siempre, los retrasos no tienen justificación, pero el mal tiempo (desde Luanco) y los niños, ya se sabe.
Un deshollinador que estaba en la puerta (el color de la indumentaria por lo menos era el mismo) nos arrebató de golpe todas las ilusiones que habíamos creado durante toda la semana. Las normas son las normas. Si te pasas un segundo del comienzo de la función no se puede entrar, porque molestas a las 700 personas que están dentro. Se refería a 700 niños que tosen, se mueven, gritan, van al baño, lloran, etc. Los niños de nuevo, ya se sabe. Intentando extraer algo positivo que poder explicarle a mi hijo, se me ocurre decirle que nos retrasamos, que es importante la puntualidad, que las normas son las normas, etcétera, pero mis argumentos se venían abajo al mirarle su carita desilusionada.
Y volvíamos a mirar al deshollinador y a apelar a su espíritu de Navidad, el cual no aparecía por ningún lado, así que resignados, pedí que me devolviesen el importe de las localidades y una hoja de reclamaciones para dejar constancia de lo sucedido, pero ¡ni me devolvían el dinero ni tenían hojas de reclamaciones! En los edificios públicos no existen hojas de reclamaciones, pregunten en el Campoamor. Y ahora yo digo, las normas son las normas, y éstas dicen que sí tienen que existir a disposición del público este tipo de documentos. Ni cortos ni perezosos, y ante tamaña irregularidad, llamamos a la Policía Local que se personó en el lugar e informó al pequeño deshollinador de sus obligaciones como responsable de un establecimiento público. Como limpiar esta chimenea le venía grande, llamó al gran deshollinador, personaje siniestro donde los haya que fue incapaz de entender que no se puede aplicar unas normas propias de adulto a unos peques. A mí me recordó al famoso Sr. Scruch de Dickens. Ojalá lo visiten pronto los espíritus de la Navidad.
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