El Sahara occidental
Después de haber visto muchas cosas, ya no es fácil perder los nervios, que las vísceras se impongan a la cabeza y, como se dice ahora, que te salga la vena, solo la injusticia y la traición, lo consiguen. Pero cuando, aún a tu pesar, participas, o te obligan a participar, de la fechoría, aún se lleva peor. La Historia es prolífica en injusticias, la usurpación de Palestina por los sionistas, el trazado artificial de fronteras por el colonialismo, la situación que viven las mujeres en muchos países, etc, pero cuando la injusticia se convierte en crimen, ya no hay disculpa posible para la obediencia debida, para la pusilanimidad, ya es lícito tirarse a la yugular de los sátrapas. Nosotros los españoles tenemos una deuda pendiente con el Sáhara, con la gente que está bajo el yugo marroquí y con unos cuantos miles de personas que malviven exiladas en las tórridas arenas del desierto de Tinduf. Hace muy poco se celebraba la caída del Muro de Berlín, pero que sabe nadie del muro, de cientos de kilómetros, que separa los centros de población y las explotaciones de petróleo y fosfatos en el Sahára Occidental de los desarrapados saharauis, de los que enarbolan la bandera de la RASD en el infierno que no quieren ni los lagartos, parias a las puertas de su propio y rico país. Cuando, en 1.976, España cedió el territorio a Marruecos y Mauritania, comenzó el calvario que, a día de hoy, continua. Nada mas abandonar las tropas españolas el territorio, que orgánicamente era una provincia del Estado, el ejército de Marruecos, utilizando aviones de apoyo táctico F-5, bombardeó con Napalm (bombas de fósforo blanco, gasolina y gel adherente) a los miles de saharauis que huían hacia Oriente para refugiarse en Argelia, otros fueron detenidos y torturados o llevados a las cárceles secretas del Atlas para hacerlos desaparecer. Los militares españoles que, durante meses, se habían estado preparando para la invasión de La Marcha Verde, sembrando minas o semienterrando los carros de combate M-47 y los obuses de 155 milímetros, tuvieron que asistir, desde Canarias, a la carnicería. A más de uno que lucía orgulloso el dromedario sobre el pecho hemos visto humedecer los ojos, pese a los esporádicos enfrentamientos con el Frente Polisario. Eran los últimos días del franquismo y también mandaba la dinámica de la Guerra Fría. Argelia era aliada de la URSS y los EE UU no querían que los rusos tuvieran una salida al Atlántico sin pasar por delante de su base en Rota. El asunto pasó al Comité del Descolonización de la ONU y, desde entonces, ahí sigue atascado. España, todos lo sabemos, no pudo hacer otra cosa, porque los aliados y las estrategias diplomáticas son cosas que hay que planificar con inteligencia y anticipación. El problema del Sáhara Occidental no está cerrado y lo que está sucediendo con la activista Aminatu Haidar es buen ejemplo de ello. Mientras el ministro Moratinos no gana para disgustos, los españoles que solo tenemos el interés del honor y la decencia, tenemos que manifestar nuestro apoyo incondicional al pueblo saharaui y a la RASD (República Árabe Saharaui Democrática)..
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