El Olaya

24 de Octubre del 2016 - Evaristo Fernández Fernández (Oviedo)

En la novela de Leonardo Padura "Vientos de Cuaresma", uno de los personajes, el flaco, le dice a Mario Conde, el policía detective y protagonista de la saga: "La nostalgia te engaña: nada más te devuelve lo que tú quieres recordar y eso a veces es muy saludable...". Viene esta cita a propósito de un hecho que para muchos resultará totalmente intrascendente, pero que a mí me supuso un ataque de nostalgia. La cafetería Olaya ha cerrado después de más de treinta años.

Tengo para mí que nuestra vida está irremediablemente ligada a unos espacios concretos. Nos pasan cosas en un determinado lugar y no en otro. Cuando Emilio me comentó que cerraba el negocio, sin yo quererlo me empezaron a brotar los recuerdos.

Es curioso cómo se pone en marcha esta invisible maquinaria de los recuerdos: el bautizo de mi hijo, porque allí hicimos el convite; los partidos televisados del Oviedo cuando estábamos en Primera y los parroquianos nos sentábamos disponiendo las sillas como tiene que ser, en filas; la tertulia del miércoles al atardecer, que era cuando iban a buscar la lotería -Paulino y Toni, entre otros-, donde se hablaba de lo que terciara; las conversaciones con Nardi, con Eduardo, con Carlos -el de la TUA-, con Tito, con Manolo, con el otro Carlos -el de Hidroeléctrica-, con Fernando -que se acercaba todas las tardes cuando estaba en Oviedo, porque pasaba grandes temporadas en Sahagún de Campos, a tomar su café con leche y un pastel-, con Fausto, el abogado; recuerdo a aquella pandilla de parejas jóvenes que se juntaban allí las tardes, no recuerdo bien si los viernes o los sábados; era también lugar de encuentro al final de la jornada laboral de los empleados de algunos comercios de la zona, como los de Todogás, con Fernando, el encargado; y recuerdo a la madrina y a mi tía Nini y mi primo Monchín, cuando los domingos, después de misa, nos veíamos en el Olaya junto con mi mujer y mis hijos, todavía pequeños, y pedíamos aquella tapas tan ricas de mejillones; y recuerdo las tortitas americanas y los sandwiches del Olaya; y los buenos ratos allí pasados con mi cuñado Pablo, con Emilio, el primo de mi mujer, con Salus y con Loli antes de que se fueran a vivir a Benidorm, donde ahora se ven con Juanjo y su familia, y que también fuera parroquiano del Olaya. Recuerdo también a los empleados que fueron pasando y, entre ellos, a Luis, con su semblante bonachón, tras la barra.

Pienso que las personas y los lugares siguen existiendo mientras alguien los recuerde. Por eso ahí enfrente de mi casa siempre estará el Olaya, y mi recuerdo será siempre un recuerdo agradecido.

Cuando mis hijos ya venían ellos solos del colegio y no éramos móvil-dependientes, les decíamos: si algún día, por el motivo que sea, al llegar a casa no hay nadie, nos esperáis en el Olaya y si necesitáis algo se lo pedís a Emilio. Y cuando nos sentábamos a tomar algo fueron muchas las ocasiones en que Emilio les regalaba los míticos huevos Kinder. Mis hijos conservan aún una buena colección de aquellos extraordinarios artilugios, en piezas, dentro del huevo y que con gran entusiamo y pericia se entretenían en montar.

No, no podré olvidar el Olaya, porque sería como olvidarme de una parte de mi vida, una parte ¿intrascendente?, tal vez, pero ahí está. Por eso, Emilio, de verdad, me dio pena cuando me dijiste: "Evaristo, cierro, ya estoy muy visto en el barrio" y la voz te tembló. Y cuando se lo dije a mis hijas, pusieron cara de asombro, de "no puede ser", pero "papá, ¿cómo va a cerrar el Olaya?". Es como si no pudieran entender esa parte de la fachada de enfrente de casa sin las luces del Olaya.

Ya que fui confidente en alguna ocasión de tus desengaños, de los sinsabores que en ocasiones te dejan las personas, de los nervios que pasaste cuando algún cliente se te puso malo en la cafetería, quiero que te marches con la alegría de saber que como yo habrá otros muchos que te estarán agradecidos. Gracias, Emilio y Pepi, por vuestras atenciones conmigo y mi familia.

Un abrazo.

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