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Navidad, evocación e interpelación

23 de Diciembre del 2009 - Pedro Bengoechea Garín

Navidad, como cada año, evoca alegría, nostalgia, recuerdos, encuentros gozosos en el seno de las familias y amistades. Inevitablemente, está transida, por igual, de cierta tristeza y soledad por la ausencia de algún ser querido nuestro que marchó. No obstante, tales sentimientos agridulces dan paso a una perspectiva gozosa y esperanzadora del misterio, que es objeto de celebración en la cristiandad. Dios hecho hombre ha nacido. Misterio de fe y salvación. Quizá para la racionalidad crítica del hombre de hoy resulte incomprensible.

Subtítulo:Estas fechas estan cargadas de sentido, de valores, de esperanzas, de gracia y bendición

Destacado:La coherencia es obligada para todos: o somos o no somos verdaderamente cristianos y católicos

Navidad no puede suponer sino la liberación y la salvación del hombre en su sentido más religioso y espiritual, de ese hombre que ha caído en el desencanto y descrédito del que promete más de lo que puede cumplir. Está sobradamente comprobado hoy que los programas políticos están bajo mínimos, los parlamentarios que dicen representarnos sufren el divorcio más espantoso con la sociedad que los eligió. Desoyen al pueblo, que reivindica en la calle, y enarbolan consignas, ideas y proyectos, frecuentemente contrarios al sentir de la mayoría. Prevalecen los intereses del partido sobre el bien común de la sociedad. Se constituyen incluso en legisladores y árbitros de aquella normativa que regula los comportamientos que pueden afectar a la conciencia moral de los ciudadanos, sin más justificación que los consensos logrados en los debates parlamentarios o la mayoría decisoria de votos. El fundamento supremo de legitimación de esta forma de obrar no será ninguna instancia superior, ni divina ni humana, ni el derecho natural ni el derecho positivo, ni tan siquiera la conciencia moral del individuo, sino únicamente el Estado y el ordenamiento jurídico del que se provee. El saldo de todo ello no puede ser sino la desorientación, el desfondamiento ético o el pasotismo indiferente que padecemos.

El hombre de hoy percibe el mundo como realidad desintegrada y fragmentada, donde el orden se refugia, como decía un autor, «en un piélago de desorden». Es posible que a este sentimiento de fractura del entorno se sume el desgarramiento interior, la soledad y la incomunicación. A este tipo de indigencia humana sólo puede hacer frente con garantía de éxito cierto la salvación o la liberación, o ambas cosas, que provienen del hombre-Dios del portal de Belén. Es preciso aceptarlo desde la fe. No existen otras categorías que puedan comprenderlo y precisarlo. El ser humano quiere ser, ser él mismo, ser siempre, ser plenamente. Algo así supone la salvación, que ha de llegar a lo humano, a la persona en su totalidad y a la sociedad. La Navidad está cargada de sentido, de valores, de esperanzas, de gracia y bendición. Es, como no podía serlo de otra manera, sobre todo, un canto a la vida. Justo lo contrario de lo que andamos haciendo. Es incompatible promover y defender el aborto, la antítesis de la Natividad, y, al mismo tiempo, celebrar impávidamente la Navidad como si no sucediera nada en absoluto. Sería un sarcasmo.

Recientemente se ha debatido en nuestro Parlamento el proyecto de la nueva ley del aborto, y resulta paradójico, hasta escandaloso en extremo, que parlamentarios que confiesan ser católicos, algunos de ellos, pertenecientes a partidos democristianos, con verdaderas referencias doctrinales y de simbología religiosa en las máximas de su partido, hayan «claudicado» de su tradición ante sus gentes, con la adopción de posicionamientos favorables a la ampliación del aborto y a la aprobación del proyecto de la nueva ley. ¿A cambio de qué? Se comprende bien que los obispos reaccionen con serias advertencias a los que así tratan de obrar. La coherencia es obligada para todos: o somos o no somos verdaderamente cristianos y católicos, o simplemente hombres de buena voluntad que buscan la verdad guiados por la rectitud de su conciencia. La Navidad o será de luz y fuerza para todos o, por el contrario, actuará como una auténtica interpelación y reprobación para las conciencias. No hay término medio.

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